Los días 01/11 han resultado ocasiones de diversas novedades en el Vaticano, a través de la historia. Pero destaca lo que sucedió en 1950, la fecha cuando el papa Pío XII estableció la infalibilidad papal al definir como dogma la Asunción de María. Sin duda, una audaz decisión de Pío XII (Eugenio Maria Giuseppe Giovanni…
Los días 01/11 han resultado ocasiones de diversas novedades en el Vaticano, a través de la historia. Pero destaca lo que sucedió en 1950, la fecha cuando el papa Pío XII estableció la infalibilidad papal al definir como dogma la Asunción de María.
Sin duda, una audaz decisión de Pío XII (Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli), el pontífice católico apostólico romano N°260, quien se encontraba en una incómoda situación luego de la 2da. Guerra Mundial.
Antes de su elección, Pacelli fue secretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, nuncio papal y cardenal secretario de Estado, desde donde impulsó varios concordatos internacionales con naciones europeas y americanas, destacando el ‘Reichskonkordat’, con la Alemania de Adolf Hitler, firmado en 1933 y aún vigente, en parte.
Pero los defensores de Pacelli destacan que él tuvo un rol decisivo en la redacción de la carta encíclica de Pío XI, “Mit brennender Sorge“, a los obispos alemanes, una advertencia severa al régimen del 3er. Reich.
De todos modos, su gestión como nuncio en Alemania y pontífice de la Iglesia Católica durante la 2da. Guerra Mundial sigue siendo motivo de controversias, en especial acerca de una intensidad / tolerancia frente a los crímenes del régimen nazi contra judíos y comunistas.
El dogma polémico
Pío XII fue un pontífice sin experiencia pastoral directa, ni en parroquias ni en diócesis, pero él conocía todo sobre la curia romana.
Terminada la guerra, Pío XII fue el vocero para reclamar clemencia y perdón de todas las personas que participaron en la guerra, incluyendo a los criminales de guerra, e intercedió, mediante el nuncio apostólico en USA, para conmutar las sentencias de los alemanes convictos por las autoridades de ocupación.
El Vaticano solicitó el perdón para quienes estaban condenados a muerte, una vez ejecutados los criminales de guerra en 1948, en Núremberg. Se le reprocha al entonces Papa que una red de conventos e instituciones religiosas católicas, junto con la Cruz Roja, ayudaron a numerosos criminales nazis a evadirse de la justicia.
Y su reconocimiento del régimen surgido en España de la guerra civil (1936-1939), firmando con el general Francisco Franco un Concordato que daba base jurídica al llamado “Nacional-catolicismo” español.
También realizó el concordato con Rafael Trujillo de la República Dominicana en 1954, aunque excomulgó a Juan Perón en 1955 por sus arrestos de sacerdotes, aunque siempre ocurrió un debate acerca de si técnicamente llegó a concretarse la excomunión.
Pero el dogma de la infalibilidad pontificia sin duda fue el acto más controversial de su desempeño, aunque en verdad esa definición dogmática comenzó mucho antes porque fue establecida por el Concilio Vaticano I, de 1870.
El Concilio Ecuménico de Florencia (papa Martín V, 1431-1445) había definido como Verdad de la Fe Católica, que debe ser creída por todos los fieles de Cristo, que «la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el Primado sobre todo el orbe de la Tierra, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, y que es verdadero Vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia, y Padre y maestro de todos los cristianos; y que a él, en el bienaventurado Pedro, le ha sido dada, por nuestro Señor Jesucristo, plena potestad para apacentar, regir y gobernar la Iglesia Universal…»
La Constitución Dogmática ‘Pastor Æternus’, promulgada por el papa Pío IX el 18/07/1870, tras su elaboración y aprobación por el Concilio Ecuménico Vaticano I, contiene la definición solemne del Dogma de la Infalibilidad Pontificia:
“(…) con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por lo mismo, las definiciones del Obispo de Roma son irreformables por sí mismas y no por razón del consentimiento de la Iglesia. De esta manera, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de contradecir ésta, nuestra definición, sea anatema. (…)”.
Las 3 condiciones
Tres condiciones deben reunirse para que una definición pontificia sea ‘ex cathedra‘ (en tono magistral y muy solemne), y se le aplique la infalibilidad pontificia:
- Cuando el Papa declara algo acerca de cualquier cuestión de fe o de moral.
- Cuando el Papa declara algo «como pastor y maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos». (En cambio no goza de la infalibilidad absoluta cuando habla en calidad de persona privada, o cuando se dirige a un grupo solo y no a la Iglesia toda).
- Cuando el Papa declara algo como un «acto definitivo» (o sea cuando expresa claramente que esa declaración es definitiva y que no se podrá cambiar en el futuro).
Más adelante, la Constitución Dogmática ‘Lumen Gentium’, del Concilio Ecuménico Vaticano II, ratificó esa doctrina, para aclarar la definición de la infalibilidad papal, en su párrafo 18:
“(…) Este santo Concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña y declara a una con él que Jesucristo, eterno pastor, edificó la santa Iglesia enviando a sus apóstoles como él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn., 20,21), y quiso que los sucesores de estos, los obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los pastores en su Iglesia. Pero para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso, estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de la fe y de comunión. Esta doctrina de la institución perpetuidad, fuerza y razón de ser del sacro primado del romano pontífice y de su magisterio infalible, el santo concilio la propone nuevamente como objeto firme de fe a todos los fieles y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y declarar la doctrina acerca de los obispos, sucesores de los apóstoles, los cuales junto con el sucesor de Pedro, vicario de Cristo y cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa de Dios vivo. (…)”.
El clero católico enseña que la infalibilidad pontificia no sostiene la imposibilidad que el Papa se equivoque cuando da su opinión personal sobre algún asunto particular.
Tampoco sostiene que el Papa esté libre de la tentación o de cometer pecados. Según la guía doctrinal de la Iglesia, la enseñanza del Papa está libre de errores sólo cuando es promulgada como «solemne definición pontificia», pues estaría asegurada por la asistencia del Espíritu Santo.
La doctrina católica sostiene que Jesús estableció su Iglesia sobre la persona de Simón Pedro (y, por consiguiente, de los papas que lo sucederían), al decirle aquello de «lo que ates en la Tierra quedará atado en los Cielos, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en los Cielos» (por lo tanto, le estaría dando potestad suprema), y encargarle la misión de «apacentar a sus ovejas» y «confirmar a sus hermanos» en la fe.
Al concepto se le agrega que Jesús prometió que enviaría el Espíritu Santo para que gobernase la Iglesia y la iluminara con la verdad, y que Él mismo permanecería con ella hasta el fin de los tiempos.
Quienes cuestionan la infalibilidad recuerdad que el descenso del Espíritu Santo sería sobre cada creyente y no sobre alguien en particular, y esto es irrefutable desde cualquier teología.
Y hay traducciones de los Evangelios originales que afirman que el sentido de lo que escribieron los apóstoles no es el que popularizó la Iglesia Católica Apostólica Romana para dar fundamento a la idea de la infabilidad.
Palabra difícil: Inerrancia
Hay otra historia de la historia.
La fe en la sucesión apostólica y en el ‘ministerio petrino‘ del Papa, fundamento de la infalibilidad, se remonta a bastante tiempo antes.
Los Concilios de Constantinopla IV (siglo IX), de Lyon II (siglo XIII) y el ya mencionado de Florencia (siglo XV) enseñaron ó sostuvieron la doctrina de la primacía del Papa como sucesor de Pedro y líder de la verdad cristiana, con lo que hay que remontarse a tales eventos para encontrar los fundamentos de la creencia en la infalibilidad papal.
La palabra “infalibilidad” aparece a mediados del siglo XIV, en un tratado escrito por Guido Terrena, narrando la controversia entre los frailes menores y el papa Juan XXII, aplicando este término al pontífice.
La inerrancia ó imposibilidad de equivocarse de la Iglesia Católica al definir cuestiones de fe y de moral, ya era sostenida durante el siglo II en los escritos de Ireneo de Lyon y Quinto Septimio Florente Tertuliano.
No obstante, y aunque definiciones definitivas sobre las más variadas cuestiones fueron llevadas a cabo en los siglos precedentes, todo conduce a 1870.
Durante el Concilio Vaticano I abundaron las discrepancias al respecto tanto entre los padres conciliares como los teólogos católicos participantes.
Pero el 13/07/1870, se votó la Constitución dogmática: 451 placet, 88 non placet, 62 placet iuxta modum y 50 no se presentaron a la votación.
El 18/07/1870 se votó otra vez la Constitución dogmática: 533 votos a favor, 2 en contra y 55 padres conciliares no votaron (comunicaron su decisión de no participar y se retiraron inmediatamente de Roma).
Aunque la asistencia del Espíritu Santo al Papa era tradicionalmente considerada como indubitable para la Iglesia Católica, la necesidad de mostrarlo expresamente y otorgar al papado una supremacía espiritual definitiva fue consecuencia de las contiendas terrenales que libraban los Estados Pontificios, y por ese motivo el papa Pío IX avanzó en esa decisión.
Algunos grupos católicos se opusieron tanto dentro como fuera del Concilio y durante los días en que se debatió la infalibilidad, circularon muchos folletos y se publicaron artículos en los diarios atacando lo que se consideraba un intento de Pío IX de declararse indiscutible y perfecto, un semidios.
Los disidentes
Ignaz von Döllinger, fue uno de los más conocidos opositores y como no la aceptó, fue excomulgado el 17/04/1871.
El conflicto llegó al punto que 14 de los 22 obispos alemanes que se reunieron en Fulda a principios de septiembre de 1869, difundieron un documento especial afirmando que, a causa de la controversia reinante, no consideraban que fuera conveniente definir la infalibilidad papal.
Aquel lunes 18/07/1870, dos meses antes de la entrada de las tropas italianas en Roma, se reunieron en Ciudad del Vaticano, 435 padres conciliares bajo la presidencia del papa Pío IX. Así se hizo la última votación sobre la infalibilidad papal, en la que 433 padres votaron placet (a favor) y solo dos ―el obispo Aloisio Riccio (de Cajazzo, Italia) y el obispo Edward Fitzgerald, de Little Rock (Arkansas, USA)― votaron ‘non placet‘.
Si bien von Döllinger no dio ningún paso por reintegrarse a la Iglesia Católica, tampoco fue buscado para que regresara tal como sí ocurrió con Hans Küng, otro teólogo opositor de la infabilidad.
En torno a von Döllinger se unió un grupo de sacerdotes y laicos que, con el tiempo, darían origen a la Iglesia de los Veterocatólicos.
Conviene recordar que esto no quiere decir que los Papas no hayan cometido pecados y errores personales, sino que se afirma que sus declaraciones ‘ex cathedra‘ (en tono magistral y muy solemne) no pueden estar errados y por eso se puede tener total seguridad en cada de ellas.
Un Papa invoca su infalibilidad cada vez que proclama un dogma.
Esto sucedió años después con Pío XII, el 01/11/1950, el dogma de la Asunción de María, el único dogma proclamado posteriormente al de la infabilidad papal de 1870.
Circuló en la época un discurso atribuido al obispo croata Josip Juraj Strossmayer, aunque esto nunca fue confirmado, uno de los más opositores, quien mantuvo esa oposición por años aunque nunca fue excomulgado.
“(…) Penetrado del sentimiento de responsabilidad, por lo cual Dios me pedirá cuenta, me he puesto a estudiar, con escrupulosa atención, los escritos del Antiguo y Nuevo Testamento; y he interrogado a estos venerables monumentos de la verdad para que me diesen a saber si el santo Pontífice, que preside aquí, es verdaderamente el sucesor de San Pedro, Vicario de Jesucristo, e infalible doctor de la Iglesia.
Para resolver esta grave cuestión, me he visto precisado a ignorar el estado actual de las cosas, y transportarme en imaginación, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiempos en que ni el ultramontanismo ni el galicanismo existían, y en los cuales la Iglesia tenía por doctores a S. Pablo, S. Pedro, Santiago y S. Juan, doctores a quienes nadie puede negar la autoridad Divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengo delante, nos enseña, y la cual el Concilio de Trento proclamó la regla de fe y de moral.
He abierto, pues, estas sagradas páginas; y bien, ¿me atreveré a decirlo? Nada he encontrado que sancione próxima o remotamente la opinión de los ultramontanos. Aún es mayor mi sorpresa, porque no encuentro en los tiempos Apostólicos nada que haya sido cuestión de un Papa sucesor de S. Pedro y Vicario de Jesucristo, como tampoco de Mahoma que no existía aún.
Vos, Monseñor Maunig, diréis que blasfemo; vos, Monseñor Pío, diréis que estoy demente. ¡No, monseñores; no blasfemo ni estoy loco! Ahora bien; habiendo leído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios con mi mano elevada al gran Crucifijo, que ningún vestigio he podido encontrar del Papado tal como existe ahora.
No me rehuséis vuestra atención, mis venerables hermanos, y con vuestros murmullos e interrupciones justifiquéis a los que dicen, como el Padre Jacinto, que este Concilio no es libre, porque vuestros votos han sido de antemano impuestos. Si tal fuese el hecho, esta Augusta Asamblea, hacia la cual las miradas de todo el mundo están dirigidas, caería en el más grande descrédito.
Si deseáis que sea grande, debemos ser libres. (…)”.
OBISPO JOSIP STROSSMAYER
Aquel discurso es un documento histórico que brinda una idea de los argumentos contra el dogma de la infalibilidad papal durante aquella época.
Hans Küng
Un argumento crítico de peso, en la trastienda del Concilio Vaticano I, fue que la infalibilidad papal le provocaba al catolicismo quedar en ridículo ante la sociedad, aunque Lord Acton, historiador, político inglés y católico (dos de sus obras fueron incluidas en el Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia Católica, en 1871), afirmó que él coincidía con von Döllinger en que la infalibilidad papal era tan peligrosa como el absolutismo.
Los cristianos no católicos, toman este dogma como ejemplo de la arrogancia de la Iglesia Católica y su falta de sentido común.
Algunos católicos, tales como el teólogo Hans Küng y el historiador Garry Wills, han cuestionado a la Iglesia Católica por seguir manteniendo la infabilidad como dogma.
Las críticas fueron tan devastadoras que no ocurrieron nuevos dogmas pero para muchos, todo quedó stand-by,
El teólogo suizo y sacerdote católico Hans Küng, quien participó del Concilio Vaticano II y presidió la Fundación para la Ética Mundial, publicó en 1970 un libro titulado “¿Infalible?”, refutando que en algún lugar de la Biblia se encuentre desarrollado ese concepto de la Infalibilidad papal, puesto que los apóstoles aparecen como seres frágiles que llevan su tesoro en vasos de barro (2 Cor 4:7), que nada pueden aportar por sí mismos (Juan 15:5) y que Pedro es el ejemplo clásico de cómo el error no imposibilita el apostolado.
Küng también rechaza que la Iglesia cristiana primitiva creyera en la infabilidad así como refuta que los actuales obispos sean los herederos de los primeros apóstoles.
Él sostiene que la idea de la infalibilidad responde a una tradición de la Iglesia Católica que apunta al deseo de Roma de dirigir la política y teología cristianas.
Küng entiende que la infalibilidad papal se consagró como dogma en el Concilio Vaticano I (1869-1870), respondiendo a, por ejemplo, los deseos de paz y estabilidad de algunos de los partícipes en aquel concilio tras la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte, la industrialización, el liberalismo y el socialismo.
En aquel momento histórico, según Küng, el Concilio consideró que el Papa debía ser la base para el mantenimiento o la restauración del ‘statu-quo’ político y religioso que
- mantuviera a los Estados Pontificios frente al intento de unificación italiana;
- diese una respuesta ideológica al galicanismo (tendencia autonomista de la religión católica en Francia con respecto a la jurisdicción de Roma y el Papa), y
- el interés personal de Pío IX de reclamar una devoción personal hacia el Papa.
En 1979, el Vaticano le quitó a Küng la licencia para enseñar Teología Católica pero no lo excomulgó. Sí le revocaron sus facultades sacerdotales pero siguió siendo “un sacerdote católico en activo“. Esto lleva al final de esta efeméride.
El Papa y el abate
En “El heresiarca y compañía”, el poeta Guillaume Apollinaire menciona el siguiente relato, titulado “La infabilidad”, recordó Guillermo Sheridan, en Letras Libres.
En 1906, el abate Delhonneau llega a Roma y solicita una entrevista privada con el Papa.
“Es difícil”, le explica el cardenal encargado de la agenda, “pues el Papa está muy atareado con las críticas a su infalibilidad que están haciendo los teólogos alemanes“.
Delhonneau afirma que dudar de la infalibilidad es cosa de imprudentes y necios, y el cardenal le otorga la cita.
Una vez ante el Papa, el abate le dice que ha perdido la fe y que tiene la certidumbre de que los dogmas de la Iglesia no tienen origen divino.
El Papa lo invita a aprovechar su visita a Roma para recobrar la fe perdida, y Delhonneau responde que ya ha hecho todo lo posible, y en vano. Por ese motivo ha llegado a pedirle que reconozca que el papado es un montón de “falsedades sacralizadas”.
El Papa, sorprendido, le pregunta qué espera de él.
El abate responde:
“Santo Padre, usted posee un poder formidable: tiene usted el derecho a decretar qué es el bien y qué es el mal. Su infalibilidad -ese dogma incontestable toda vez que reposa sobre una realidad terrenal- le confiere un magisterio que no se puede contradecir. Usted puede imponer a los católicos la verdad o el error que usted escoja. ¡Sea pues bueno y humano! ¡Ordene ex cathedra que se disuelva el catolicismo! ¡Proclame que sus prácticas son supersticiosas! ¡Anuncie que el papel milenario y glorioso de la iglesia ha llegado a su fin! ¡Convierta estas verdades en dogma y reciba a cambio el reconocimiento de la humanidad entera! ¡Baje usted con dignidad de un trono basado en el error que usted domina y que nadie más podrá volver a ocupar si usted lo declara vacante para siempre!”.
Luego de escucharlo, el Papa se levanta, sale de la habitación y manda a un guardia a que conduzca al abate hacia la salida del Vaticano.
Unos meses después, la Curia Romana crea un arzobispado con sede en Fontainebleau y nombra como arzobispo… al abate Delhonneau….