Compararse y justificarse son acciones incompatibles: es una lección que debería aprender desde el más encumbrado gobernante hasta el más común de los ciudadanos. En agosto 2020 le tocó al Presidente bielorruso confrontar con las consecuencias de forjar unproyecto político basado en la auto exaltación y la difamación del oponente. El licenciado en Historia, Aleksandr…
Compararse y justificarse son acciones incompatibles: es una lección que debería aprender desde el más encumbrado gobernante hasta el más común de los ciudadanos.
En agosto 2020 le tocó al Presidente bielorruso confrontar con las consecuencias de forjar unproyecto político basado en la auto exaltación y la difamación del oponente.
El licenciado en Historia, Aleksandr Grigórievich Lukashenko, ha ganado cada elección desde 1994, urdiendo triunfos incomprobables que incluyeron la persecución de sus rivales. El caso más reciente ocurrió en los comicios del 4 al 8 de agosto, en el que se autoadjudicó el 80% de los sufragios y como el escándalo fue incontrolable, reprimió en forma brutal a los reclamantes. A la candidata opositora, Svetlana Tsijanuskaya, una maestra de inglés que se presentó porque su marido, el verdadero candidato, fue encarcelado por negarse a abandonar su candidatura, la llevaron a la frontera, expulsándola a Lituania, quizás parte de un acuerdo para liberar a su jefa de campaña, Maria Moroz, quien permanecía como rehén.
Por lo tanto, que Lukashenko presuma de ser un “cristiano cultural de corte ortodoxo“, es decir, un ateo con valores basados en los postulados de la Iglesia Ortodoxa de Bielorrusia, no es lo más trascendente pero ayuda a presentar al personaje.
En su rol de ateo, Lukashenko estaría en minoría porque en las encuestas -la más reciente es de 2017- el 91% de los bielorrusos declaran ser cristianos y quienes declaran no tener una religión suman 8%.
En cambio, mencionar la palabra “ortodoxo” lo hace mayoría porque los ortodoxos orientales cristianos son el 83% de la población.
Para entender un poco más la situación: Bielorrusia es la única república europea –junto con Turkmenistán– que no pertenecen al Consejo de Europa y que, por lo tanto, no han firmado el Convenio Europeo de Derechos Humanos, no sometiéndose a la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Y esto lo padecen protestantes, evangélicos, católicos bizantinos bielorrusos, ortodoxos autocéfalos bielorrusos y otros.
El rechazo de la UE
La tensa situación que se vive en Bielorrusia desde el 9 de agosto, día de las elecciones presidenciales en ese país, ha aumentado al punto de hacer necesaria la convocatoria de una cumbre extraordinaria entre los estados que conforman la Unión Europea (UE).
Tal como informaron Charles Michel y Ursula von der Leyen, presidentes del Consejo Europeo y la Comisión Europea respectivamente, la decisión consensuada de los integrantes del bloque consistió en rechazar el resultado de los sufragios por considerarlo carente de transparencia y justicia.
Antes de conocerse el dictamen, la principal candidata de la oposición bielorrusa, Svetlana Tikhanovskaya, había difundido un video en el que apelaba a los líderes europeos en busca de apoyo para su causa.
“Los llamo a no reconocer estas elecciones fraudulentas. El señor Lukashenko ha perdido toda legitimidad a los ojos de nuestro pueblo y del mundo”, dijo Tikhanovskaya, quien se encuentra exiliada en la vecina Lituania.
Represión y violencia
Con 26 años al poder, Lukashenko ha dirigido el país durante cinco mandatos consecutivos, desde 1994.
Perola oposición se rehúsa a aceptar la victoria del oficialismo, denunciando fraude electoraly exigiendo la realización de nuevos comicios regidos por la honestidad y la democracia.
Uno de los momentos de mayor tirantez se produjo en Minsk, la capital nacional.
Mientras el mandatario arengaba con un discurso a sus partidarios, una movilización opositora de aproximadamente 200.000 personas llenó las calles de la ciudad.
La Marcha de la libertad, tal como se la llamó, tuvo como eje el pedido de destitución del mandamás y el reclamo por la brutalidad policial que se hizo presente durante las manifestaciones de la semana anterior.
Las estimaciones de los medios de comunicación calculan que el número de los detenidos alcanzó los 7.000, de los cuales muchos denunciaron haber sido torturados.
En contraparte, Lukashenkoacusó a Occidente de financiar las protestasy reivindicó el pacto militar vigente con Rusia ante una posible amenaza de invasión extranjera.
Puertas adentro, siguió apostando a aumentar la mano dura y reprimir a sus detractores, a quienes culpa de atentar contra la paz y la seguridad estatal.
Despotismo y discriminación
Lo llaman “el último dictador de Europa”.
Y es conocido por sus verborragia, expuesta en su recomendación de “sauna y vodka” como antídoto contra el coronavirus.
O que la “Constitución no está hecha para las mujeres”, lo que acumuló sufragios para su rival electoral, Tatiana.
O cuando lo criticó quien era ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Guido Westerwelle, quien no oculta su homosexualidad, y Lukashenko contestó que era “mejor ser dictador que homosexual”.
El Presidente y el fariseo
La actitud del jefe de gobierno bielorruso recuerda al protagonista de una de las parábolas narradas por Jesús de Nazaret.
Salvando las diferencias, claro está, manifiesta unallamativa similitud con el fariseo que subió al templo a orar a la misma hora que un recaudador de impuestos.
Es cierto que a Lukashenko, en su rol de “ateo ortodoxo”, se hace difícil equipararlo con un líder religioso judío. Pero la semejanza reside en el espíritu de la oración de este último.
El texto puntualiza que “el fariseo se puso a orar consigo mismo” (Lucas 18:11), lo que indica que su intención no era sincera y su adoración se centraba en sí mismo. Dios era simplemente una excusa.
Dos formas distintas de medir
En la introducción del relato, el evangelista Lucas aclara que la historia está dirigida “a algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás” (Lucas 18:9).
Cada uno de los personajes representauna conducta completamente diferente.
La plegaria del fariseo era: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos” (Lucas 18:11-12).
Alejado y con la cabeza gacha, el publicano golpeaba su pecho y suplicaba: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lucas 18:13).
Como menciona Harry R. Boer, fundador y editor de la Revista Reformada,la efectividad de la oración radica en la posición que el ser humano toma ante el trono de gracia.Añade sobre ello:
“El fariseo se evaluó a sí mismo en términos de la conducta de “otros hombres”. El recaudador de impuestos se juzgó a sí mismo por la ley de Dios. Era “un pecador”, y no hay otra forma de llegar a esa conclusión que mirarse en el espejo de las demandas de Dios”.
El ojo ajeno
Utilizar la comparación como medio de justificación propia es tan inútil como intentar sacar una astilla del ojo ajeno sin remover la viga que está incrustada en el ojo propio. Esta máxima universal conserva su validez aun fuera del ámbito religioso.
El que elige como parámetro la vida y las decisiones de otros se expone a ser evaluado a través de los contrastes que él mismo estableció.Tarde o temprano, su hipocresía queda exhibida a la luz del día.
La conclusión de Jesús es categórica: “Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:14).
Mucho para reflexionar y crecer. ¿Para Aleksandr Lukashenko? Quizás, pero sobre todo para el lector y para quien escribe. Podrían llegar a engañarse pensando que son mejores.