Hace una semana atrás, en una investigación exclusiva de TERCER ÁNGEL, se analizó el trasfondo ideológico y religioso de la nominación de la jueza conservadora Amy Coney Barrett para ocupar la vacante que dejó la jurista Ruth Bader Ginsburg en la Corte Suprema de Estados Unidos tras su fallecimiento. Barrett pertenece a una organización paraeclesiástica…
Hace una semana atrás, en una investigación exclusiva de TERCER ÁNGEL, se analizó el trasfondo ideológico y religioso de la nominación de la jueza conservadora Amy Coney Barrett para ocupar la vacante que dejó la jurista Ruth Bader Ginsburg en la Corte Suprema de Estados Unidos tras su fallecimiento.
Barrett pertenece a una organización paraeclesiástica de corte cristiano carismático llamada People of Praise (Gente de Alabanza), la cual se distingue, entre otras cosas, por otorgar un rol generalmente secundario a la mujer en el liderazgo espiritual.
Esta característica ha fomentado las comparaciones entre la terminología interna de la comunidad y el orden social que prevalece en la novela de ficción The Handmaid’s Tale (El Cuento de la Criada), escrita por Margaret Atwood en 1985 y traída a la pantalla chica en 2017 por la plataforma de streaming Hulu.
Quienes no han leído el libro ni visto la serie se preguntarán de qué trata esta historia y, lo más importante, si podría volverse realidad. A estos interrogantes buscará responder el presente artículo.
La vida en la República de Gilead
Los hechos relatados en El Cuento de la Criada ocurren en un futuro distópico en el que el mundo está siendo azotado por los desastres naturales y un descenso abrupto de la tasa de natalidad.
Frente a esta situación, un grupo fundamentalista cristiano de Estados Unidos, conocido como los Hijos de Jacob, decide tomar el poder para salvar a la nación del pecado y la corrupción.
En una serie de ataques coordinados asesinan al Presidente estadounidense, los miembros del Congreso, los nueve jueces de la Corte Suprema y el personal de la Casa Blanca, haciendo creer a la población que se trata de atentados terroristas perpetrados por fanáticos islámicos.
Acto seguido, declaran el estado de emergencia, anulando la Constitución e iniciando un profundo proceso de reforma, supuestamente basado en los principios bíblicos.
De un momento a otro se suprimen todos los derechos civiles, tales como la libertad de expresión, de elección, de reunión, de prensa, de religión, el derecho a un juicio justo en un tribunal de justicia, etc.
El nuevo gobierno teocrático y totalitario, que se organiza bajo el nombre de República de Gilead, en alusión al Galaad del Antiguo Testamento, despliega una fuerza militar propia para efectuar una “limpieza” en la sociedad.
La persecución se centra en los médicos que practicaron abortos, los musulmanes, los manifestantes rebeldes y los homosexuales, a quienes se denomina traidores de género.
Los castigos infringidos a los disidentes van desde las torturas físicas y la mutilación de diferentes partes del cuerpo hasta las ejecuciones públicas.
Cumpliendo el “destino biológico”
Las mujeres resultan las principales afectadas por el régimen naciente. Por ley tienen prohibido trabajar, leer, escribir y controlar dinero o propiedades. Son consideradas ciudadanas de segunda clase y obligadas a someterse a la autoridad de los hombres.
Se las reagrupa en un sistema de castas, diferenciadas por su rol y el color de su vestimenta. Las Criadas, identificadas por el color rojo, conforman la categoría social más oprimida.
Se trata de las pocas mujeres fértiles que han quedado en el país, las cuales son reclutadas en contra de su voluntad y entrenadas severamente para ser dóciles a sus amos y cumplir su destino biológico. Les enseñan que son propiedad del Estado y que su único valor se encuentra en sus ovarios.
Cada criada es destinada a la casa de alguno de los líderes más encumbrados y su función consiste en darle hijos. Su verdadero nombre es cambiado por uno nuevo, compuesto por la preposición “de” y el nombre del varón al que ahora pertenecen.
Una vez al mes, en el período fecundo, deben participar de la Ceremonia, que básicamente consta de tener relaciones sexuales con el Comandante en presencia de su esposa.
Este ritual se fundamenta en una interpretación retorcida del episodio de Génesis 30:1-5, en el que Raquel, angustiada por su infertilidad, le pidió a Jacob que se acostara con su sierva Bilha para tener hijos “por medio de ella”.
La insoportable desigualdad y subyugación lleva a la protagonista, una criada llamada Defred (June), a rebelarse contra el sistema y unirse a la resistencia.
La visión de la autora
En una entrevista concedida a BBC Mundo en febrero de 2020, Margaret Atwood aseguró no haberse distanciado mucho de la realidad al escribir El Cuento de la Criada.
Citó acontecimientos de EE.UU., como los atentados del 11 de septiembre y la crisis financiera del 2008, y añadió:
“Cuando la gente está asustada y se siente amenazada, se vuelve conservadora y dispuesta a ceder derechos civiles a cambio de seguridad. Eso es lo que creen. Siempre es una mentira”.
Pero también reconoció que esta situación se vive en otros lugares del mundo. Parafraseando el discurso misógino y totalitarista del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sentenció: “Gilead no es diferente a eso. Por eso hay que decir una y otra vez: eso no es verdad”.
Una tendencia preocupante
Según la RAE, la teocracia es una “forma de gobierno en que la autoridad política se considera emanada de Dios, y es ejercida directa o indirectamente por un poder religioso, como una casta sacerdotal o un monarca”.
Es común pensar que este tipo de administración sólo se da en países islámicos orientales, pero no queda claro hasta qué punto Occidente, considerado como la mitad más librepensadora del planeta, es inmune a la unión de la Iglesia y el Estado.
Sería un error suponer que una coalición tal surge de la noche a la mañana. Al contrario, se trata de un proceso paulatino que adormece lentamente la conciencia de la sociedad.
La democracia pasa a interpretarse únicamente en números estadísticos y un día termina pareciendo normal que las cuestiones de la moral sean definidas por los intereses de la mayoría.
Si estos conceptos suenan familiares, probablemente se deba a la organización política fundada por el tele-evangelista estadounidense Jerry Falwell, que oportunamente se llamaba Moral Majority (Mayoría Moral).
Agrupaciones como ésta, que buscan utilizar el poder político para estandarizar los valores tradicionales, religiosos y familiares que practica la mayor parte de la población de EE.UU., suelen agruparse en lo que se denomina la Derecha Cristiana.
Esta intromisión de la religión en los asuntos de un Estado que se dice laico no pasa desapercibida para varios creyentes protestantes que se alarman ante el intento de camuflar la intolerancia como la preservación de los principios.
En su libro Why the Christian Right Is Wrong (Por qué la Derecha Cristiana está equivocada), el ministro y activista por la paz Robin Meyers se expresa de la siguiente manera:
“Los fundamentalistas de todas las clases aman un púlpito intimidador pero odian una mesa redonda. ¿Por qué compartir el poder cuando tú tienes la razón y todos los demás están equivocados? ¿Quién necesita el diálogo cuando tu monólogo es sacrosanto?”.
Los inalterables principios del Reino
Sin importar la orientación del partido, el seguidor de Cristo no puede fraguar sus esperanzas en la política. La razón es simple y clara: el Reino de Dios que Cristo establecerá en la Tierra no es un reino de este mundo.
Tal como expresó Michael Horton, profesor de Teología Sistemática y Apologética, en un artículo para la revista Christianity Today, “Jesús no vino a reiniciar la teocracia en Israel, y mucho menos a ser el padre fundador de cualquier otra nación”.
Y agregó: “En su Gran Comisión, Jesús dio autoridad a la iglesia para hacer discípulos, no ciudadanos; para proclamar el evangelio, no opiniones políticas; para bautizar a la gente en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no en el nombre de EEUU o de un partido político; y para enseñar todo lo que él entregó, no nuestras propias prioridades personales y políticas.”
Aquel que “anula a los poderosos, y a nada reduce a los gobernantes de este mundo” (Isaías 40:23) prometió que los reinos terrenales llegarán a “ser de nuestro Señor y de su Cristo, y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
Es allí cuando “los santos del Altísimo recibirán el reino, y será suyo para siempre, ¡para siempre jamás!” (Daniel 7:18), pero sólo ocurrirá luego del retorno visible de Jesús.
Entonces no habrá una servidumbre impuesta a la fuerza sino una obediencia voluntaria basada en el amor como respuesta elemental.
Hasta ese momento, los que se consideren ciudadanos de ese Reino deben exaltar los principios de su Gobernante, entre los que se encuentran el respeto, la tolerancia y el libre albedrío.
Que quede claro: no hay nada en común entre la República de Gilead y el Príncipe Emmanuel.