El oído es un órgano sensorial que permite percibir los sonidos, formando el sentido de la audición, y en mamíferos también se encarga del equilibrio. El humano puede detectar sonidos de entre 0 y 140 decibelios con un rango de frecuencias comprendido entre 40 y 20.000 hercios. Las ballenas pueden percibir infrasonidos con una frecuencia…
El oído es un órgano sensorial que permite percibir los sonidos, formando el sentido de la audición, y en mamíferos también se encarga del equilibrio.
El humano puede detectar sonidos de entre 0 y 140 decibelios con un rango de frecuencias comprendido entre 40 y 20.000 hercios.
Las ballenas pueden percibir infrasonidos con una frecuencia inferior a 40 hercios. Los perros son capaces de detectar ultrasonidos con una frecuencia superior a 20.000 hercios.
Ahora vamos a un texto de Celedonio García-Pozuelo, redactor y editor de la revista ‘Naturalia’, de la Asociación Naturalia Ailarutan (Madrid, España):
“Ciertas polillas poseen oídos en la base de sus alas, las mantis los tienen localizados en su abdomen y los saltamontes longicornios en las patas.
Ante la pregunta de en qué se parecen las patas de un saltamontes y los oídos de una persona, no tenemos por qué pensar que se trata de una broma con truco. Podemos responder que la pata del saltamontes no es sólo una estructura para la locomoción. También es portadora de los oídos.
Patas auditivas
Pero podemos ir más lejos aún. Según una investigación publicada en la revista ‘Science’, los saltamontes longicornios (familia Tettigoniidae), de la especie Copiphora Gorgonensis, poseen oídos en sus patas delanteras cuya estructura y funcionalidad se muestra equivalente a la de un oído de un mamífero, tal como el humano.
El tímpano en estos saltamontes es totalmente externo (así se aprecia en la fotografía adjunta), recibiendo las ondas sonoras que circulan por el medio aéreo.
El tímpano transmite, con su vibración, ese sonido a una cadena de tres huesecillos, en el caso de los seres humanos.
Pero en Copiphora Gorgonensis, la transmisión se produce del tímpano a una placa rígida, la placa timpanal. Tanto la cadena de huesecillos del oído humano como la placa timpanal del ‘saltamontes longicornio’ cumplen la misma función: amplificar el sonido en el paso del medio aéreo al líquido en el que se encuentran inmersas las células sensoriales. Es lo que se llama ‘conversión de impedancia’.
El sonido se transmite finalmente a un medio líquido y la presión de las ondas actúa sobre las células sensoriales que captan las diferentes frecuencias.
En el ser humano, las células sensoriales se sitúan en la cóclea y en el saltamontes en la vesícula acústica, una cápsula que alberga las células sensoriales y el líquido que las rodea. Esta cápsula se encuentra en la pata, junto al tímpano y la placa timpanal.
Diseño de la estructura
Nos encontramos, pues, ante la adaptación de un sistema auditivo similar a diferentes planes corporales, el de un insecto y el de los mamíferos.
Para el evolucionismo, se trata de un caso de convergencia evolutiva, pero la idea de diseño de la estructura parece más explicativa, al hacerse evidente que su complejidad haría inútil cualquier estado evolutivo intermedio.
Esto es cierto no sólo en lo que afecta a la organización de la estructura en sí, sino para el añadido de sus relaciones con sistemas necesarios para su funcionamiento completo, tal es el caso del sistema nervioso que debe dar sentido a lo percibido por el oído.
Por otra parte, se muestra una vez más que aunque existan organismos más o menos complejos, difícilmente podemos hablar de ninguno de ellos como primitivo, en ese sentido de incompleto o necesitado de perfeccionamiento. Cualquier organismo es “perfecto” en su medio.”