La excomunión es la expulsión, permanente o temporal, de una persona o de una confesión religiosa. En el pasado, cuando la pertenencia al culto católico apostólico romano era una formalidad importante en muchas sociedades, resultaba un castigo moral de mucha más relevancia que en el presente. Una excomunión podía destrozar la imagen pública de un…
La excomunión es la expulsión, permanente o temporal, de una persona o de una confesión religiosa. En el pasado, cuando la pertenencia al culto católico apostólico romano era una formalidad importante en muchas sociedades, resultaba un castigo moral de mucha más relevancia que en el presente. Una excomunión podía destrozar la imagen pública de un individuo.
La excomunión en la Iglesia Católica Apostólica Romana se remonta al Concilio de Elvira (en la ciudad de Ilíberis, cerca de la actual Granada, España), en el año 306, que recuperó la práctica apostólica de pronunciar anatemas contra quienes sostenían doctrinas contrarias a la ortodoxia.
En sus 81 cánones, el Concilio de Elvira redactó la ley eclesiástica más antigua concerniente al celibato del clero, referencias al uso de imágenes, a las relaciones con paganos, judíos y herejes, ayuno, excomunión, enterramiento, usura, vigilias, etc.
“Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos, y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, por el Papa, por el Obispo del lugar, o por sacerdotes autorizados por ellos. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, incluso privado de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado y de toda excomunión.”
Catecismo de la Iglesia Católica (Canon 1.463).
En el pasado, ocurrieron excomuniones famosas: Gregorio VII excomulgó a Enrique IV, de Alemania; y Urbano II a Felipe I, de Francia. En tanto, Pascual II excomulgó a Enrique V, de Alemania; Julio II a Francisco de Borja y Navarro de Alpicat, de España; y León X a Martín Lutero.
Sin embargo, persisten las dudas de si Juan XXIII efectivamente excomulgó a Fidel Castro en 1962 por afiliarse al Partido Comunista.
En cambio, sí fueron excomulgados miembros de varias organizaciones (Call to Action, Católicas por el Derecho a Decidir, Planned Parenthood, Sociedad Hemlock, Francmasonería y Fraternidad Sacerdotal San Pío X) de la diócesis de Lincoln (Nebraska, USA), por incentivar posturas consideradas «absolutamente incompatibles con la fe católica», relacionadas con la interrupción del embarazo. El Vaticano, luego, confirmó la excomunión de miembros de Call to Action. No se pronució sobre la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
En ciertas oportunidades, sigue habiendo intensa polémica: por ejemplo, el arzobispo de Olinda y Recife de Brasil, José Cardoso Sobrinho, declaró que la madre y los médicos de una niña de 9 años que abortó tras ser violada por su padrastro habían incurrido en excomunión automática. Más tarde, la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil rechazó los argumentos de Sobrinho y dijo que, de acuerdo con el Derecho Canónico, la madre de la niña no estaba excomulgada y que no existía ninguna base para creer que los médicos implicados estuviera realmente excomulgado.
Otro caso: la monja Margaret McBride fue excomulgada por dar permiso para llevar a cabo un aborto. McBride se reconcilió más tarde con la Iglesia y se le levantó la excomunión.
En días más recientes, en octubre de 2012, fueron excolmugados todos los católicos que votaron la Ley del Aborto en Uruguay. Sin embargo, la web de los obispos explicó que la excomunión sólo aplicaba automáticamente, bajo el canon 1.398, a quien llevara a cabo un aborto y no a los legisladores.
Otro excomulgado fue Roy Bourgeois (expulsado del sacerdocio y apartado de los Padres de Maryknoll), por participar en la ordenación de una mujer.
Simon Lokodo, ministro de Ética e Integridad de Uganda, fue excomulgado por Benedicto XVI, por ingresar a la política, violando el canon 285.3 del Código de Derecho Canónico.
Roberto Francisco Daniel, conocido por su comunidad como “Padre Beto“, fue excomulgado por Caetano Ferrari, de la diócesis de Bauru, en Brasil, por negarse a obedecer una orden explícita de su obispo de retractarse de sus declaraciones en las que decía que el amor era posible entre personas del mismo sexo.
El caso de Perón
Desde el comienzo, el gobierno de Juan Domingo Perón, en la Argentina de entre 1946-1955, tuvo estrechas relaciones con la Iglesia Católica Apostólica Romana. Sin embargo, quizá no es conocido cómo ocurrió que ese vínculo fue deteriorándose lenta y paulatinamente desde el 1er. año de la gestión, hasta desembocar en la supuesta excomunión del entonces Presidente, lo que sucedió el 17/06/1955. Perón fue derrocado el 16/09/1955.
En 1946, la Iglesia Católica argentina evaluaba en forma positiva a Perón.
En verdad, la Iglesia Católica había simpatizado con la Revolución de 1943.
“Muy luego, al iniciarse este siglo, debimos debatirnos contra el anarquismo que hizo su presentación en el mundo, pretendiendo abatir toda autoridad y conculcar toda soberanía. ¡Vive aún en la memoria de muchos, el doloroso recuerdo de los prolegómenos de la celebración de nuestro Centenario del año 1910, cuando intentóse anegarlo en sangre; y el recuerdo glorioso de la reacción, cuando la juventud, congregada al pie de la estatua del Libertador, en el éxtasis de su exaltación patriótica, juró conmigo no permitir que tremolara victoriosa ninguna bandera roja, símbolo de odio y de muerte, fuera de la celeste y blanca, emblema de amor y de vida, cuando la hubiésemos enrojecido con la sangre de nuestras venas en defensa de nuestra libertad’.
Monseñor Miguel de Andrea, en la inauguración de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, el 29/10/1943.
El enemigo común era la izquierda.
El arzobispo de Buenos Aires era el cardenal Santiago Luis Copello, quien había ascendido en 1932 por decisión del papa Pío XI, a causa de la grave enfermedad de fray José María Bottaro. Desde 1936, Copello fue Primado de la Argentina.
Precisamente en 1946, Pío XI también elevó a cardenal a Antonio Caggiano.
Perón era coronel del Ejército Argentino, y no se podía vestir el uniforme sin ser bautizado en la Iglesia Católica. Desde 1909 existía la Vicaría General del Ejército y la Vicaría General de la Armada.
Perón integraba el GOU (Grupo de Oficiales Unidos, aunque otros atribuyen la sigla a Grupo Obra de Unificación), uno de cuyos ideólogos era el capellán Julio Wilkinson.
Además, Perón decía adherir a la Doctrina Social de la Iglesia, formalizada por Pío XI en su encíclica ‘Quadragesimo Annonota‘, quien citó a León XIII, dándole precisiones al concepto de “justicia social” acuñado por el jesuita Luigi Taparelli en 1843.
El gobierno militar impuso la enseñanza religiosa en las escuelas públicas a través del Decreto-Ley Nº18.411, del 13/12/1943, que derogó la Ley Nº1.420.
Los monseñores Emilio Antonio Di Pasquo y Miguel D’Andrea se acercaron a la Secretaría de Trabajo y Previsión, a dialogar con Perón.
Con la excepción de De Andrea, toda la jerarquía católica argentina respaldó lo que concebían como nuevo social-cristianismo, y firmaron la Carta Pastoral del 15/11/1945, que respaldó la candidatura de Perón para las elecciones de 1946.
Compartían con él la premisa de la “justicia social” como medio para superar los conflictos y alcanzar la “conciliación” entre las clases sociales (según la historiadora Susana Bianchi), porque se trataba de frenar el ascenso del comunismo, que era ateo y laico, de acuerdo a los conceptos emergentes de la Guerra Fría que había comenzado.
Entre los católicos argentinos preocupaban las noticias que llegaban de la persecución y matanza de cristianos en la Rusia de Iosif Stalin y la China de Mao Tse Tung.
La prioridad era impedir que el comunismo se propagara por el mundo, y por ese motivo el ascenso de Perón al poder fue percibido como la posibilidad de “(…) sortear el abismo (…) Era visualizado como una eficaz barrera contra los avances comunistas (…) A mediados de 1945, el monseñor Emilio Di Pasquo fue explícito: “Si hay dos términos sociales opuestos, si hay dos sectores en nuestros días que se han declarado guerra implacable, son sin duda el capital y el trabajo. Ahora bien, todo el mundo sabe que el obrero ha aliado en su mente el capital con la Iglesia, de suerte que el abismo que separa el capital del trabajo es el mismo que separa a los trabajadores de la Iglesia” (Susana Bianchi, 2000).
Perón asumió la Presidencia el 04/06/1946 y la Iglesia Católica lo acompañó en todos los espacios públicos.
En la 99° Reunión de la Cámara de Diputados, ocurrida el 06/03/1947, bajo el número de Moción 16, el diputado Oscar R. Albrieu solicitó al plenario, y lo consiguió, se constituyera en comisión para estudiar el proyecto de ley sobre ratificación legislativa de los decretos-leyes relacionados con el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, recuerda Sabrina Paula Vecchioni en su libro “1946: El año en que la educación pública se volvió religiosa”.
El debate fue extenso y se prolongó en numerosas sesiones de la Cámara de Diputados.
La bancada opositora defendió los ideales de los constituyentes de 1853 y de los legisladores de 1884, quienes desarrollaron la idea de la libertad de cultos, respetuosos de las diferencias.
El oficialismo defendió la importancia de la enseñanza de la “sagrada religión católica”, tal por ejemplo el Proyecto de Reglamento de Manuel Belgrano, aprobado por el Supremo Gobierno de 1813, y el texto de una misiva de Domingo Faustino Sarmiento a Secundino J. Navarro.
De todos modos, esta enseñanza religiosa fue de difícil cumplimientol: desde el comienzo fue objeto de múltiples conflictos de tipo jurisdiccional, porque el gobierno peronista no estaba dispuesto a dejar exclusivamente en manos de la Iglesia Católica la designación de los funcionarios de la Dirección Nacional de Enseñanza Religiosa ni de los profesores encargados de enseñar religión en las escuelas publicas, según recordó Susana Bianchi en su trabajo citado.
Un problema que comenzó a crecer fue que el objetivo de Perón era la “peronización” de la enseñanza y la sociedad. Así, el catolicismo pasó a un segundo plano y fue utilizado en función del culto al líder. Circulaban textos escolares en los que no reparaban en glorificar la figura de Perón y su esposa Eva Duarte.
Esta novedad fue de gran irritación para la Iglesia, que tuvo que soportar, años después, que el Congreso Nacional proclamara a Eva Duarte de Perón, en 1952, “Jefa Espiritual de la Nación“.
Los símbolos fueron marchando el interés de Perón por la peronización, en sustitución de la dependencia del clero.
La celebración en 1946 del 1er. aniversario del Día de la Lealtad se inició en la Plaza de Mayo con una misa de campaña auspiciada por la Unión de Intelectuales Peronistas y la Unión Popular Demócrata Cristiana organizó otra misa en la iglesia de Santo Domingo.
En 1947, la apertura otra vez fue en Plaza de Mayo con una misa pero el altar fue colocado bajo un arco alegórico del 17/10/1945. La simbología peronista aumentó en 1948 y en 1949 se suprimió la misa.
Un dato insoslayable es que en septiembre de 1949, varios sacerdotes católicos fueron implicados en el seudoatentado contra Perón preparado por su ex promotor devenido en antagonista, Cipriano Reyes, según la prensa oficialista.
Un común denominador en los diarios que respondían a la Casa Rosada, según Lila Caimari (2002), el hecho “reveló una inesperada animosidad anticlerical… usando argumentos anticlericales clásicos diversos artículos criticaron entonces la hipocresía y la dudosa moral privada de los curas en cuestión”.
Aquel 1949 fue el año que disparó la reforma constitucional. La Iglesia Católica esperaba incrementar su poder. Por ejemplo, la inclusión de la indisolubilidad del matrimonio. Debe recordarse que a Perón, aunque no lo dijera él sino Eva, lo que le importaba era la oportunidad de la reelección presidencial, motivo por el que los derechos sociales eran lo esencial.
El gobierno de Perón comenzó a otorgar espacio a otros credos religiosos, como por ejemplo la Iglesia Pentecostal, a la comunidad judía y se hizo un gesto específico a favor del flamante Estado de Israel.
En octubre de 1950, la Escuela Científica Basilio, cuyo culto se conoce como ‘espiritismo‘, organizó en el Luna Park un multitudinario acto bajo la consigna “Jesús no es Dios”.
La apertura -que incluyó la lectura de un telegrama de adhesión firmado por Perón y Eva- fue invadida por jóvenes de la Acción Católica y “(…) la policía detuvo a 300 miembros de la Acción Católica por alterar el orden público” (Susana Bianchi, 2000).
Días más tarde, durante el Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Rosario, Santa Fe, Perón comenzó a manifestar su irritación contra la Iglesia Católica, pues a su criterio se presentaba como un posible espacio de acción antiperonista.
A su vez, los líderes católicos habían ‘descubierto‘ que el gobierno de Perón estaba atestado de masones, distribuidos en cargos claves. “(…) Hasta embajadores de países americanos trabajaban activamente para la masonería (…) Mientras algunos católicos prominentes ligados a esa gestión política le reclamaban la expulsión enérgica de los miembros masónicos, la respuesta invariable del General era que tales miembros no le molestaban mientras fueran buenos peronistas” (Antonio Caponnetto, 2019).
El Código de Derecho Canónico, de 1917, estableció en el canon 1335 que cualquiera que estuviera vinculado de cualquier forma a la masonería, estaría excomulgado de hecho.
En verdad, Perón no era un católico devoto sino un creyente en el poder, y su relación con la Iglesia Católica dependía de la posibilidad que le permitiera acrecentar su autoridad y ampliar su proyecto político personal.
Perón se consideraba la barrera que frenaba al comunismo y el promotor de una industrialización que concretara cierta movilidad socioeconómica.
En la reforma constitucional fue evidente la competencia entre el peronismo y la institución Católica Apostólica Romana por el control de los mismos espacios sociales: la juventud, los obreros, la familia, la mujer, y es posible que esta situación los distanció mucho.
El clero había tolerado que el peronismo monopolizara el sindicalismo (la Federación Argentina Católica de Empleadas, los Círculos de Obreros Católicos, las Vanguardias Obreras Católicas y la Juventud Obrera Católica tenían escasa penetración entre los obreros) pero no estaba dispuesto a avalar la pérdida de la juventud ni las organizaciones gremiales de profesionales, espacios de gran importancia: por un lado, la proyección en el tiempo; por otra parte, la influencia en la gestión de la sociedad.
Según Susana Bianchi, lo que se dirimió fue el poder. En los años ’50, el peronismo y el catolicismo militante se disputaron la hegemonía.
Ella considera que el peronismo se presentaba como una “religión política”, con su propia sacralización y sus propias figuras para venerar, algo que era intolerable para el catolicismo militante.
La Iglesia Católica participó, de ahí en más, en la caída de Perón pero pagó un precio muy alto: durante años perdió contacto con amplios sectores populares, hasta el arribo de los ‘curas tercermundistas‘, en los años ’60, militantes de la Teología de la Liberación, muy cuestionados por el catolicismo conservador.
A partir de abril de 1952, la Liga de Padres de Familia y la Liga de Madres de Familia, de fuerte participación católica, asumieron el rol de controles de la moralidad pública.
Cuando ocurre la ruptura entre Perón y el poder católico, la Acción Católica asume un imprevisto protagonismo, inicialmente presionando a las cúpulas eclesiásticas en la defensa de los “derechos de la Iglesia“, promoviendo “comandos” clandestinos, ocupando espacio público y comportándose como una suerte de “partido católico” que intentaba articulaba inquietudes de los estamentos medios altos y altos.
En noviembre de 1954, Perón denunció públicamente las actividades opositoras de la Acción Católica Argentina y de varios miembros del clero.
En respuesta, la Iglesia respondió con una carta pastoral que dejó en claro que los sacerdotes no debían nunca tomar partido político alguno, pero tampoco podían permanecer indiferentes frente a los ataques a la Iglesia.
Lila Caimari recordó que el ataque a las iglesias no fue consecuencia de la evolución de semillas anticlericales originadas en años previos sino la repetición de un mecanismo ya visto en 1953. La denuncia a los curas antiperonistas era la misma que en años anteriores había tenido otros destinatarios, el incendio de las iglesias tenía un claro antecedente en la quema del Jockey Club y de sedes partidarias opositoras de 1953.
“(…) La ruptura marcada por los primeros incidentes de octubre y noviembre de 1954 no era tal. El motor profundo del enfrentamiento entre Perón y la Iglesia, entre peronistas y católicos, parece responder a la única lógica política dominante de la Argentina de los años ’50“.
Lila Caimari.
La ofensiva peronista se trasladó entonces al Congreso, donde muy pronto se aprobaron una serie de leyes que afectaban los principales intereses de la Iglesia, tal como la supresión de la enseñanza religiosa y la implantación del divorcio (Susana Bianchi, 2000) y un proyecto que separaría definitivamente Iglesia y Estado en el país.
Además, un decreto que establecía que los actos religiosos serían permitidos únicamente en lugares cerrados.
La celebración de Corpus Christi, en Junio de 1955, fue multitudinaria y profundizó aun más el conflicto, pues varios de los congregados atacaron sedes de diarios oficialistas y destrozaron vidrios de edificios públicos, y con pinturas escribieron en las paredes “Muera Perón” y “Viva Cristo Rey”; arrancaron una placa de homenaje a Eva Perón y enarbolaron la bandera papal.
La furia colmó al gobierno, que para colmó tuvo que soportar al fallido golpe militar del mediodía del 16/06/1955.
La reacción de los peronistas fue inmediata: durante esa misma noche cientos de peronistas saquearon y quemaron iglesias del centro de Buenos Aires y la Curia Metropolitana.
Al día siguiente, la Secretaría de Estado del Vaticano comunicó al presidente Perón su excomunión.
Dos meses después, él sería derrocado efectivamente por la Revolución Libertadora.
Aquel 16/09/11955, los aviones del Ejército llegaron desde Córdoba con la consigna “Cristo Vence”.
La gran duda
Pero ¿fue excomulgado Perón?
La excomunión (canon 1.557) de un Presidente de la Nación en ejercicio exigía en aquel momento –de acuerdo al Código de Derecho Canónico que estaba vigente desde 1917- que fuese dictada por el Papa (canon 2.227). Por entonces, el obispo de Roma era Pío XII. El fundamento era que a esa categoría de personas les corresponde ser juzgadas personalmente por el Sumo Pontífice.
Los antecedentes nacionales no abundaban: una excomunión al presidente Santiago Derqui, por monseñor Benito Lascano, obispo de Paraná; y otra a Nicasio Oroño, excomulgado por monseñor José María Gelabert y Crespo, en Santa Fe.
Sin embargo, en el caso de Perón fue una congregación vaticana la que se pronunció. El texto del documento, originado en la Sagrada Congregación Consistorial, con la firma del cardenal Adeodato Piazza, y del asesor de la Congregación, Giuseppe Ferretto, se refería a la acción de “poner manos violentas” sobre la persona de un obispo e impedir el ejercicio de la jurisdicción eclesiástic
Y en ningún momento del texto se mencionó a Perón. Los sujetos alcanzados por la pena eclesiástica a los delitos canónicos enumerados eran definidos en el documento, pero no se leía el apellido Perón.
Según la tesis peronista, lo que se expidió fue una advertencia que recordaba a los fieles cristianos que los actos atentatorios contra la libertad o la integridad física de los clérigos eran castigados con la excomunión.
No obstante, la ambigüedad preocupaba a Perón. Otra vez: más que un devoto creyente, él tenía un concepto corporativo del poder en el que la Iglesia Católica en la Argentina tenía un rol importante.
Pese a todo lo que se ha dicho, él ambicionaba una 3ra. Presidencia de la Nación reivindictoria y la Constitución Nacional de 1853 establecía –hasta la reforma de 1994- que el Presidente debía ser católico apostólico romano.
Una excomunión era un obstáculo. Por lo tanto, Perón inició gestiones ante el Vaticano a través del neurocirujano Raúl Matera y el empresario Jorge Antonio, ambos de su mayor confianza y patrocinados por el arzobispo de La Plata, Antonio Jorge Plaza.
Ya avanzado el pontificado de Juan XXIII, el Vaticano redactó un documento informando que Perón no tenia nada pendiente con el Vaticano.
Según Jorge Antonio, en el Vaticano les entregaron un documento donde constaba que Perón no había sido excomulgado. La acción se había incoado por iniciativa del cardenal Copello, de quien Jorge Antonio era amigo.
El 13/02/1963, el arzobispo de Madrid y patriarca para Indias Orientales se trasladó a la residencia de Perón en Puerta de Hierro para sellar la reconciliación.
Perón se arrodilló ante monseñor Leopoldo Eijo Garay, quien le impartió la absolución en nombre de Juan XXIII, una respuesta al pedido de perdón del ex Presidente.
Si en 1955 hubo excomunión, en 1963 quedaba levantada.
Hacia 1973, cuando fue otra vez Presidente de la Nación, Perón mantenía una relación muy cercana con Licio Gelli, cofundador de la logia Propaganda Due (P2), de confianza extrema para el Vaticano.
La relación con Gelli era tan intensa que el 12/10/1973, Perón asumió por tercera vez como Presidente en la República Argentina. Transcurrida una semana, Perón impuso en la Casa de Gobierno, la Medalla del Libertador General San Martín a Gelli, «por su personalidad y los servicios prestados al país.»
Gelli fue quien consiguió la devolución del cadáver embalsamado de Eva Duarte a quien fue su marido. El cadáver, trasladado por un acuerdo entre la llamada ‘Revolución Libertadora’ y la jerarquía católica argentina, permanecía con el nombre falso María Maggi de Magistris, en el cementerio Maggiore, en el barrio Mussoco de Milán, Italia.
Aquel Perón no tuvo diferencias con el Episcopado católico. Sí permaneció la duda sobre el pasado.
Pero ¿conocía o no el Vaticano que en la residencia de Puerta de Hierro se realizaban frecuentes ceremonias ocultistas?
El secretario personal de Perón era José López Rega, devoto seguidor del espiritista Anael (nombre masónico del brasileño Menotti Carnicelli, a quien Perón había conocido como Presidente).
“Él se hacía llamar “Hermano Daniel”. Un día fue a mi oficina a llevarme un libro sobre ocultismo que había escrito. Aprovechó la ocasión para decirme que desde ese día en adelante íbamos a ser tres los que íbamos a manejar la agenda de Perón: Isabel, él y yo. Hasta ese momento todo eso estaba a mi cargo. Me habló en tono de orden. Le tiré el libro por la cabeza con tanta fuerza que se desarmó en dos. Mi secretario recogió después los pedazos. No hace mucho un hijo mío que fue a Madrid, a una casa que tenemos en las sierras, encontró ese libro y me lo trajo. Lo tengo por ahí. Tiene una dedicatoria que dice: “Al amigo Jorge Antonio, con todo afecto. José López Rega”.
Jorge Antonio.
Es más: un relato peronista afirma que una común afición por el espiritismo vinculó a López Rega con María Estela Martínez de Perón en 1965, cuando ella, enviada por su esposo desde su exilio en España, organizó una reunión en casa del mayor Bernardo Alberte, delegado de Perón y promotor de la CGT de los Argentinos.
No era la primera relación de Perón con el esoterismo.
Cuando él era teniente coronel, en 1941, destinado en el Centro de Instrucción de Montaña, se alojó en casa del jurista Pedro Balasarre, quien a la vez era parapsicólogo, y trabó amistad con Perón.
Cuando Perón fue Presidente y Ramón Carrillo fue secretario de Salud, él creó un gabinete de Parapsicología en el Instituto de Psicopatología Aplicada, y se convocó a Pedro Baldasarre.
Durante aquel gobierno de Perón nació la Sociedad Argentina de Parapsicología y se otorgó personería jurídica a la Orden Rosae Crucis (Los Rosacruces), además de, tal como ya se mencionó, la inscripción 209 en el Registro Nacional de Culto a la Escuela Científica Basilio, autorizada a usar el estadio Luna Park para sus eventos espiritistas.
Una demostración más de que la excomunión siempre fue una herramienta política. Nada más.