El relativismo, o la idea de que no existen verdades absolutas sino que todo depende del enfoque que quiera darle cada persona a la realidad, es tan antiguo como la humanidad misma. Con el correr del tiempo esta idea fue adquiriendo una forma más concreta, especialmente con los aportes de los sofistas griegos del siglo…
El relativismo, o la idea de que no existen verdades absolutas sino que todo depende del enfoque que quiera darle cada persona a la realidad, es tan antiguo como la humanidad misma.
Con el correr del tiempo esta idea fue adquiriendo una forma más concreta, especialmente con los aportes de los sofistas griegos del siglo V a.C. y varios filósofos y pensadores de la Edad Moderna.
Tan es así que se convirtió en una de las características principales de la posmodernidad, desde principios de la década de 1970.
De esta manera se impuso una nueva narrativa marcada por la posverdad, un tipo de discurso que distorsiona la realidad en función de las emociones y convicciones personales por sobre los hechos concretos y objetivos.
En esta segunda y última parte de la entrevista al Dr. Fernando Aranda Fraga, decano de la Facultad de Humanidades, Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Adventista del Plata, se aborda el impacto del pensamiento relativista en la sociedad actual y los desafíos que enfrenta la visión cristiana del mundo ante este panorama.
“No te metas”, una frase muy escuchada
-¿Qué características tiene la cultura posmoderna?
-Es una época dominada absolutamente por el relativismo, caracterizada por la falta de apego a la verdad. Primero se cuestionaron los valores tradicionales y luego se los terminó abandonando.
Friedrich Nietzsche, filósofo alemán, señalado por muchos historiadores como uno de los progenitores del existencialismo y que vivió en la segunda mitad del siglo XIX, fue un adelantado de la posmodernidad y anunció que este cambio se produciría, ya que él mismo promovía una nueva moralidad.
La posmodernidad ha abrazado una moral individualista en la que el “no te metas” se ha convertido en una frase recurrente. Cada quien hace lo que le viene en gana y no existe, prácticamente, ningún tipo de límites, salvo y no siempre, aquellos límites determinados por la ley y su penalidad para quienes los infringen.
En gran parte, y desde hace varias décadas, esto es resultado de la educación que los padres vienen dando a sus hijos. Lo cierto es que, con el transcurrir del tiempo, se ha ido formalizando una especie de psicología funcional a las alteraciones culturales que fue produciendo el posmodernismo.
Por supuesto, no podemos decir que todos los métodos antiguos hayan sido los óptimos, por supuesto que era necesario corregir ciertos procedimientos. Pero ahora nos da, a muchos, la impresión de que nos fuimos al extremo opuesto.
Las generaciones más jóvenes han perdido el respeto hacia los mayores, como así también lo han perdido hacia sus pares, este no es un hecho privativo de las diferencias etarias exclusivamente.
Es complicado mantener la disciplina, sobre todo en la enseñanza primaria y secundaria, donde se torna muy difícil mantener la atención del estudiante con la finalidad de que aprenda.
La historia lineal se ha desprestigiado y todo lo que tenga algún tufillo a la palabra “fundamento” terminó por ser corroído; es la época del no-fundamento. Y, por supuesto, aquellas cuestiones que están en el plano de lo absoluto, como la creencia en Dios, por ejemplo, son puestas en tela de juicio.
Los nativos digitales y sus valores posmodernos
-La llamada Generación Z, ¿qué relación guarda con el posmodernismo?
–La Generación Z (o Centennials, como algunos los llaman) asume casi todos los valores de la posmodernidad. En términos generales este grupo se compone por aquellos adolescentes o jóvenes que nacieron a partir del año 2000, aunque los límites pueden ser un poco flexibles (hay quienes incluyen a todos los nacidos de 1995 en adelante).
Fueron precedidos por los Millenials y, aunque coinciden en muchas características con ellos, se diferencian por el hecho de que los integrantes de la generación más reciente son más hábiles que quienes los precedieron en el manejo de la tecnología. En Japón, por ello, se les dio el nombre de “nativos digitales”.
Hay una investigación muy interesante que se publicó en el año 2017, titulada “The Generation Z: Study of Tech Intimates”.
Se tomó una muestra de 4.000 jóvenes de entre 13 y 22 años de edad, provenientes de diferentes metrópolis de diversas partes del mundo, tales como Hong Kong, Buenos Aires, Bangalore (India), Seúl, Londres, Berlín, Tokio y Nueva York. Las encuestas que les aplicaron abarcaban desde cuestiones generales hasta aspectos bien puntuales del uso del teléfono celular y otros dispositivos electrónicos.
Los resultados mostraron que la Generación Z es mucho más tecnológica que las anteriores. Y esta diferencia también se evidencia en el uso de las redes sociales.
Un buen ejemplo es Facebook, una plataforma que se desarrolló especialmente con los Millenials y que los Centennials no usan demasiado. Prefieren otras aplicaciones, de surgimiento mucho más reciente, donde encuentran mayor privacidad, ya que evitan el monitoreo de sus padres o los adultos mayores, quienes por lo general sí utilizan Facebook.
Cuando Dios queda a un lado
-¿Cómo encaja la idea de Dios en el esquema de relativo/absoluto?
–Los cristianos interpretamos que la Biblia es inspirada por Dios y que hay verdades absolutas, aun cuando no todo pueda conocerse en su totalidad.
Deuteronomio 29:29 nos recuerda que hay ciertas cosas reveladas al hombre y otras que quedan en el ámbito de la Divinidad, dado que no pueden ser comprendidas por nuestra mente finita.
En general, para la posmodernidad, la idea de una religión bíblica donde las personas se basen en la verdad revelada ha perdido actualidad. En su lugar se abraza el ateísmo o el agnosticismo, la New Age, o alguna otra forma de religiosidad a medida de la persona.
Pero cuando se descarta la noción de una verdad absoluta, se complican demasiado las aplicaciones de la ley y la justicia; esto lo vemos todos los días y son motivos de ríos de tinta en los periódicos y horas de radio y televisión.
Si las verdades son relativas, entonces el asesinato ¿es moral o es inmoral? ¿Dónde está escrito que sea incorrecto matar a alguien? Puse un ejemplo bastante extremo y suena como una obviedad, pero si pensamos en los matices de muchos de estos casos veremos cómo implican largos y extensos debates, donde la mayor de las veces no se llega a un acuerdo entre partes.
Pensemos en otros tipos de hechos, como la mentira, la agresión, el hurto o robo, y así con infinidad de hechos en que están implicados valores y sus opuestos antivalores. Si no hay una regla clara sobre lo que se debe hacer y lo que se debe respetar, entonces ¿cuál es mi fundamento para la acción?
Todo se encuentra sujeto al cambio, porque hoy puede controlar el poder un grupo de personas que cree tal cosa, pero mañana habrá un grupo de personas que cree tal otra y va a plantear nuevas leyes y reglas de juego.
Lo que ayer era justo, entonces hoy o mañana resulta que termina siendo lawfare, es decir, una interpretación errónea de la norma y por lo tanto de la vara con que se mide la justicia de los hechos.
-¿Se puede encontrar un equilibrio entre la creencia en una verdad absoluta, como plantea la cosmovisión judeocristiana o bíblica, y la consideración de los puntos de vista subjetivos de cada individuo?
-Sí, claro que es posible, siempre y cuando se establezcan claramente los límites de la subjetividad y sobre todo mediante el empleo de la capacidad que Dios nos ha dado de creer, de tener FE.
Aunque en todo aquello que respecta a la verdad revelada no existen grises, sí hay ámbitos de la vida sobre los cuales no encontramos un “escrito está”, tampoco todo es blanco o negro.
Para dar un mero ejemplo, quizás algo burdo y elemental, no existe ningún fundamento por el cual se me indique optar ser simpatizante por tal o cual equipo de fútbol profesional. O en este mismo momento que estoy siendo entrevistado si debo calzar zapatos o zapatillas.
Sucede algo parecido a lo que ocurre con las ciencias. Si comparamos la matemática con la psicología, por ejemplo, hay una diferencia abismal en cuanto a los métodos, el contenido y las leyes que las rigen.
La psicología se maneja con leyes muy generales, generalísimas te diría, lo que implica muchas excepciones que no existen para todos los individuos en todo tiempo y lugar.
En cambio, para la matemática, 2 + 2 es 4, ya sea acá, en Hong Kong o en Siberia. Para la física el agua hierve a los 100°C en casi todas las partes del planeta (excepto en los polos y cercanías), así como la velocidad de caída de los cuerpos es de 9,8 m/s².
Esto es así y ocurre en las ciencias denominadas “duras”: matemáticas, física, química, biología y algunas otras cuyos enunciados son verificables racional o experimentalmente para todas las personas y en toda época de la historia.
Pero no ocurre así en ciencias del grupo de las denominadas “blandas”, como lo son la psicología, la sociología, la antropología, la filosofía o la teología.
Lo mismo pasa con la creencia en la Deidad. Quien no cree en Dios termina anclado en el terreno de la subjetividad y de la relatividad, no hay otra salida. Aun ciertos niveles de consenso, donde se juegan valores morales, no logran salir del ámbito de lo subjetivo o relativo para ese grupo que logró consensuar algo.
En cambio, el creyente conoce algunas verdades reveladas que son absolutas y que le van a servir de guía para actuar en la esfera de aquello que quizás no parece tan claro.
Criterios claros y contenidos bien desarrollados
-¿Qué desafíos se presentan para la educación, hoy, ante la vigencia de tanto relativismo y de una cultura de la posverdad?
–El desafío es enorme, porque ¿cómo se pueden trasmitir conocimientos a una generación que cada vez está más dominada por el relativismo y donde la posverdad se mueve a sus anchas?
Además, se trata de una generación tecnológica que tiene acceso a todo tipo de conocimiento, lo que no implica necesariamente que sepan evaluar la información que les llega.
Hoy en día se hace imprescindible brindarle herramientas al estudiante para que sea capaz de discernir qué puede ser verdad y qué no, dentro de la maraña de información y contenidos que va a encontrar en las redes sociales, en los blogs y en Internet en general.
Por otro lado, no hay que convertirse en absolutistas que se aferran a tradiciones que ni siquiera pusieron a prueba empleando a fondo su sentido crítico de las ideas, hechos o acontecimientos.
Los docentes debemos tratar de no fomentar la posverdad ni multiplicarla. Cuando sabemos que algo es fake news, no hay que seguir divulgándolo. Fijémonos bien con qué materiales y con qué bibliografía trabajamos, cuán certeras son las investigaciones y los artículos publicados que utilizamos.
Durante muchos años enseñé materias de metodología del trabajo científico, tanto a nivel de grado como de posgrado, todavía doy alguna, y allí recuerdo que uno de los libros básicos de texto que utilizaba se titulaba algo así: “Cómo evaluar trabajos de investigación científica”. En uno de los capítulos había una serie de pasos que repasaba con mis alumnos sobre las 12 o 15 características que debe tener un artículo científico para ser aceptado como tal.
Todo eso es necesario, pero aun más importante es no descuidar los contenidos. Es decir, no debemos perdernos en la forma, como a veces ocurre, sino darle importancia también a los contenidos, porque son estos los que, en definitiva, van a acompañar al estudiante durante toda su vida. Por supuesto, dándole al alumno herramientas para que logre discernir lo que realmente va quedando obsoleto a raíz de nuevos descubrimientos, probados y demostrados.