La historia que reproduciré se cuenta en Mozambique, donde una historia popular afirma que, hace muchos años, vivía un sabio, quien había transmitido todos sus conocimientos al monarca del territorio. Un día, el Rey, en agradecimiento al sabio, decidió hacerle un regalo; lo llamó y le ofreció que expresara un deseo que él lo cumpliría…
La historia que reproduciré se cuenta en Mozambique, donde una historia popular afirma que, hace muchos años, vivía un sabio, quien había transmitido todos sus conocimientos al monarca del territorio.
Un día, el Rey, en agradecimiento al sabio, decidió hacerle un regalo; lo llamó y le ofreció que expresara un deseo que él lo cumpliría para demostrar su gratitud. Entonces, el sabio le dijo al soberano: “Ya que eres tan poderoso, puedes hacer algo por mi, para completar mi sabiduría: yo querría necesario conocer el Infierno, pasar por el Cielo, para luego regresar a mi tierra y contar a mi gente lo que he visto.”
El rey, todopoderoso, le concedió su deseo. Es así como el sabio llegó al Infierno, comenzó a caminar, observó un hermoso paisaje, siguió un camino, vió a lo lejos un palacio increíble, y muy asombrado se preguntó: “¿Cómo el infierno puede ser tan hermoso?“.
A su paso, la gente que habitaba el lugar caminaba en silencio, no hablaba, no sonreía, no se saludaba. También le sorprendieron sus cuerpos muy delgados y con kwashiorkor, esa enfermedad de los vientres grandes, producto de la desnutrición.
Cuando el sabio llegó ante el enorme portal del palacio, escuchó un estridente sonar de campanas, las enormes puertas se abrieron, toda la gente del lugar comenzó a ingresar al palacio, y el sabio con ellos. Su asombro fue absoluto al observar mesas muy largas, donde se ofrecían manjares exquisitos. Entonces, él se preguntó: “¿Y por qué están enfermos de kwashiorkor?“.
El sabió observó que los comensales tenían hermosos tenedores de plata con incrustaciones de piedras preciosas, pero cada tenedor medía más de dos metros de longitud. Entonces, eran inútiles los esfuerzos de esa gente para llevarse la comida a la boca.
Después de transcurrido algún tiempo, las campanas sonaron otra vez, todos comenzaron a abandonar el lugar, con más hambre y mayor tristeza que la que sentían cuando habían llegado.
Entonces el sabio comprendió: “Esto sí es el Infierno, tener los manjares más exquisitos frente a mis ojos y morir de hambre. Es el peor castigo.“
Luego, el sabio continuó su viaje y llegó al Cielo, y el desconcierto lo abrumó al encontrar un paisaje similar, un camino parecido y un palacio igual que en el Infierno. Sin embargo, la gente mantenía una actitud diferente: sonreían, se saludaban y conversaban.
Él escuchó las mismas campanadas que en el Infierno. Todos ingresaron al palacio, las mesas tendidas tal como allá ofrecían manjares equivalentes. Y se ofrecieron los mismos tenedores largos, de dos metros.
El sabio se preguntó, entonces, cuál era la diferencia entre el Cielo y el Infierno. Pero acto seguido encontró la respuesta: cada comensal tomaba su tenedor y alimentaba a quien tenía en frente, del otro lado de la mesa.
El bienestar
Vivir con plena y total consciencia el aquí y el ahora, con todo lo que eso implica, es el principal objetivo de la psicoterapia. Por este motivo procura integrar aspectos que influyen en la percepción y gestión de su Bienestar: psicológico, emocional, fisiológico, inmunológico, espiritual, social y vincular-familiar.
Y reflexionar acerca de esta dinámica es el objetivo de lo que sigue, acerca de actitudes y factores que favorecen el Bienestar en las relaciones o bien, por el opuesto, otras que no lo favorecen.
La idea fue identificar los factores y actitudes que pueden clasificarse como OK y no-OK, para potenciar las que están OK y gestionar y regular las que están no-OK.
El concepto proviene del Análisis Transaccional, un enfoque que aportó muy buenos resultados en psicoterapias breves, para comprender y modificar patrones de comportamientos en las relaciones.
Eric Berne
Para satisfacer la probable curiosidad de quienes se pregunten de qué trata esta teoría, el Análisis Transaccional nació en los años 1950, dentro de la denominada Psicología Humanista. Algunos de sus paradigmas están cambiando en el siglo 21. Sin embargo, la práctica del método sigue intentando que el paciente modifique sentimientos, pensamientos y comportamientos.
Su popularidad llegó por la difusión de un libro titulado “Juegos en que participamos”, de Eric Berne.
Médico nacido en Montreal (Canadá), estudió Psiquiatría en Yale (New Haven, Connecticut, USA), y durante la 2da. Guerra Mundial él comenzó a trabajar en terapia de grupo con los militares que se daban de baja en el ejército por causas psicológicas. El objetivo fue darles la oportunidad de recuperar la normalidad y reintegrarse a la sociedad.
Eric Berne planteó que si prestamos atención cuando miramos y escuchamos a las personas que tenemos delante, podremos apreciar cambios en su estado, los cuales son simultáneos y afectan la expresión facial, el vocabulario, gestos y posturas.
Uno de sus casos paradigmáticos fue el de un abogado de 35 años, que solía decirle: “En realidad, yo no soy un abogado, ni siquiera un adulto; soy un muchacho”. Fuera del consultorio, el hombre era realmente un abogado de notable prestigio, pero durante las sesiones se sentía y comportaba como un niño.
Berne y su paciente denominaron a estas personalidades, “el Adulto y el Niño”. Poco después, surgió en el paciente un tercer personaje al que le llamaron “el Padre”, pues tenía comportamientos similares a los del progenitor del paciente.
Berne concluyó que esos tres estados existen en todas las personas, y los denominó “estados del Yo”: PAN (Padre, Adulto y Niño).
En el Padre se hallan todas las reglas, prejuicios, opiniones y leyes.
El Niño es el registro de vivencias reales desde el nacimiento hasta los 5 años.
El Adulto es el registro de datos adquiridos y calculados por medio de la exploración y del testimonio personal.
Las 4 claves
Berne hablaba del Análisis del Guión, un conjunto de transacciones, recurrente por naturaleza, aunque no periódico.
Para él, los Guiones eran la repetición de acontecimientos desdichados de la infancia del individuo. El objetivo de su terapia era liberar al sujeto de revivir esas situaciones.
Otro concepto fue el de “Juego”: por ejemplo, el Niño se ve obligado a sacrificar sus propias satisfacciones para obtener la recompensa de la satisfacción paterna. Y tiene una percepción de sí mismo que suele ser de tipo negativo: “Soy muy pequeño”, “Yo no sé”, etc.
La identificación y análisis de estos Juegos permitirían desarrollar comunicaciones francas y auténticas, que permitan una saludble escucha y comprensión.
Según el Análisis Transaccional, tenemos cuatro posiciones vitales posibles:
- Si yo estoy mal, tú estás bien.
- Si yo estoy mal, tú estás mal.
- Si yo estoy bien, tu estás mal.
- Si yo estoy bien, tu estás bien.
Las tres posturas iniciales son inconscientes porque fueron adquiridas a una edad muy temprana.
Sin embargo, la cuarta posición es una decisión consciente, que no se limita a las propias experiencias personales, pues ya somos capaces de trascenderlas. Y es una muestra de autoestima que permite que los demás no sean percibidos como temibles o rivales y genera que el individuo se sienta bien.
Un ejemplo
Ahora bien, ninguna persona ‘normal’ vive exclusivamente en una de las posiciones. Lo normal es que vivamos en una combinación de las cuatro.
Así, por ejemplo, si una persona se despierta tarde y no llega a tiempo a una cita importante, puedo pensar que la culpa la tiene su pareja que no lo ha despertado (Yo estoy mal > Tú estás mal).
Más tarde, a esa misma persona el jefe le explica una estrategia de acción para realizar un proyecto del cual no sabe nada (Yo estoy mal > Tú estás bien).
Una vez asimilada la estrategia a seguir, la persona trata de explicársela a sus compañeros, quienes parecen encontrar dificultad en su comprensión (Yo estoy bien > Tú estás mal).
Esa misma noche, la persona se reúne con amigos en una cena informal en la que trata de explicar los beneficios del proyecto laboral y todos parecen convencidos y le desean que el proyecto sea un éxito (Yo estoy bien > Tú estás bien).
Mejorar nuestros vínculos
El Análisis Transaccional también propone 4 escalones:
1.Observar qué hacemos y qué pensamos:
Por ejemplo, una persona ingresa a la sala donde nos encontramos y no la saludo. Esa persona piensa “No le importo”, o “Es un soberbio”.
Entonces, esa persona ejecuta otro movimiento: “No le hablo“.
En ese punto, quizás yo realice otro movimiento más: “¿Y qué le sucede a este, siempre malhumorado?”.
Esta retroalimentación con actitudes nuestras nos vuelve co-creadores de una situación negativa, y la pregunta es cuál sería mi acción distinta, a partir de ahora.
Si somos conscientes de estas acciones en automático, debemos generar una situación diferente.
2.Confrontar y no interpretar:
Debemos dejar de interpretar cómo actuó la otra persona.
Un no-juicio provocaría un cambio de actitud para dejar de actuar como Niño. Y eso nos ubicaría en una posición de Adulto: preguntar en lugar de interpretar. Confrontar en lugar de reaccionar.
Por ejemplo: “Te vi hoy y no me saludaste, ¿te ocurre algo?“. Quizás: “¿Puedo ayudarte en algo?“.
3.La estructura de demora:
Cuando enfrento un ‘estresor‘ o factor estresante lo conveniente es provocar una pausa, que nos permite tener un dominio sobre el impulso para, entonces, elegir cómo responder.
Cuando a alguien le proponen o exigen algo, y la tendencia de esa persona es con celeridad satisfacer al otro, lo aconsejable es un: ‘Dejámelo pensar‘ o ‘Lo pienso y te respondo‘.
La pausa entre el hecho estresor y la reacción es lo que nos dará la posibilidad de dar una respuesta mejor.
4. Confrontar en vez de juzgar y respetar en vez de justificar:
Cuando una persona dice lo que siente, sólo hay una vía posible de respuesta: ‘Te lo respeto‘ o ‘Yo te entiendo’.
Siempre es válida la emoción, tanto del otro como la mía.
Lo que no siempre es válido es lo que hacemos con eso que sentimos.
Confrontar es describir lo que uno observa, sin juicio.
Respetar es considerar las emociones y las vivencias que cada uno tiene, sin intentar minimizarlas ni cambiarlas.
Por último, es aconsejable comprender al otro desde una posición empática, tolerante, amable y respetuosa. Incluir la necesidad del otro no implica dejar de ocuparnos de nosotros mismos sino percibir cierta posibilidad que nos incluya a mí y al otro para que ocurra “algo” de lo que participamos ambos: la diferencia entre el Infierno y el Cielo.