'Tenuá' es 'movimiento' o'acción' en hebreo. La Iglesia es una experiencia y no un dogma. Misión no es proselitismo: definiciones de Joel Barrios.
La palabra hebrea ‘tenuá’ significa ‘movimiento’ o‘acción’, vocablo usado en la poesía hebrea para indicar ritmo. Puede ser una invitación pero también un mandato. En cualquier caso es ‘misión’, no proselitismo.
El pastor Joel Barrios es argentino, licenciado en Teología, profesor en Religión, de Música, Master en Divinidad y Doctorado en la especialidad Liderazgo. Actualmente es pastor de la Iglesia Adventista de Forest City, en Orlando, Florida (USA).
Muy interesante su disertación o monólogo en la entrega N°3 de su proyecto ‘Tenuá’ porque simplifica lo que algunos teólogos encierran entre dogmas y credos, y otros complican entre ambiciones personas y egos.
Aquí el video y la desgrabación:
Tenúa, según Joel Barrios
La Iglesia de Jesús está siempre en movimiento porque el movimiento de Jesús no fue diseñado para quedarse quieto, no fue un sistema congelado ni un paquete cerrado. Fue, y sigue siendo, un movimiento vivo, sigue siendo ‘tenuá’ y todo lo que está vivo se mueve, late, crece y se transforma.
Pero, ¿qué es lo que hace que la Iglesia esté en continuo movimiento? La respuesta es muy sencilla. La misión, la única razón del movimiento de la Iglesia, ‘tenuá’.
Y ahora te pregunto, ¿cuál es la misión de la Iglesia?
Esa pregunta que en los inicios de la Iglesia tenía una respuesta clara, con el tiempo se fue oscureciendo. Las distintas respuestas que dimos a lo largo de la historia trajeron confusión.
Y cómo respondas hoy esa pregunta definirá en tu experiencia cómo la Iglesia se mueve. La Iglesia que es movimiento tiene una misión muy simple, tan simple que cualquier persona puede vivirla, tan apasionante que se convierte en el gozo natural de quienes han encontrado su vida en Jesús.
Nadie necesita obligar a un niño a jugar.
Cuando en una Iglesia la misión se vuelve un requisito, un programa o una meta controlada, esa Iglesia ha dejado de ser movimiento, ha dejado de ser ‘tenuá’.
De la misma manera, nadie necesita obligar a una persona que vive en Jesús a estar en misión.
La misión no es una carga, es la consecuencia del agradecimiento que alguien siente por saberse amado.
No es un deber, es la alegría del creyente.
No se hace por paga, por recompensa, por un interés en ser promovido y quedar bien con nuestro entorno. No.
La misión es el deporte del Reino. Se vive con pasión, con gozo y nunca con obligación.

La muerte
Cuando en una Iglesia la misión se vuelve un requisito, un programa o una meta controlada, esa Iglesia ha dejado de ser movimiento, ha dejado de ser ‘tenuá’.
Ahora, todavía no hemos definido qué es la misión y quisiera que lo analicemos juntos.
Nosotros creemos que Jesús es la cabeza de la Iglesia, ¿verdad? Entonces, nuestra misión no puede ser diferente de la misión que él desarrolló aquí en la Tierra.
Te pregunto: ¿Para qué vino Jesús?
La respuesta más común es “para salvarnos”. Y aunque eso es cierto, ese no fue el propósito principal de su venida.
Es más, esa respuesta de alguna manera puede estar basada en nuestro egocentrismo.
Todas las religiones nacen como un intento desesperado para encontrar una solución al problema de la muerte. Y es por eso que nos atrae tanto la idea de la salvación.
Sin embargo, Jesús no vino principalmente a resolver el problema de la muerte.
La muerte era apenas una consecuencia de otra cosa.
Jesús vino a sanar el verdadero problema de fondo, la separación de Dios causada por la tergiversación del carácter de su Padre.
No morimos simplemente porque somos frágiles. Morimos porque nos alejamos de la fuente de la vida al creer mentiras acerca de quién es Dios.
La muerte no es el enemigo principal, es simplemente el síntoma.
El problema real, el origen de toda ruptura, dolor y extravío ha sido siempre el mismo: pensar mal de Dios.
Y vuelvo a enfatizar: todo comenzó cuando el ser humano pensó mal de Dios. Cuando la desconfianza entró en el corazón humano, se rompió el vínculo.
La mentira acerca del carácter de Dios fue la raíz de todos los males. Desde ese momento, el hombre dejó de ver a Dios como un padre y empezó a verlo como un juez, un vigilante o un tirano que exige y castiga. Esa distorsión cambió todo.
Porque la manera en que pensamos de Dios determina la manera en que vivimos.

La imagen de Dios
Pensar mal de Dios nos hizo vivir mal, nos separó de la fuente de la vida y por eso apareció la muerte.
El problema real, el origen de toda ruptura, dolor y extravío ha sido siempre el mismo: pensar mal de Dios.
La misión de Jesús, entonces, fue corregir la imagen distorsionada del Padre.
Él vino a mostrar cómo es realmente Dios. Vino a sanar nuestra teología con su vida, a reconstruir confianza.
La teología de la humanidad siempre ha estado enferma. Desde Génesis, cuando Adán se esconde porque piensa que Dios viene a castigarlo, hasta hoy, cuando seguimos imaginando a Dios como un juez severo, un controlador cósmico o un gerente de religiones que si no hacemos lo que nos pide nos destruirá.
Esa percepción dañada se volvió una enfermedad colectiva, una herida que enfermó nuestra espiritualidad, nuestra religión y también nuestras relaciones.
Por eso Jesús no vino a escribir un Tratado ni a dar un sistema doctrinal nuevo. Vino a vivir, a encarnar, a mostrar con gestos, con miradas, con abrazos, con su manera de tratar al enemigo, quién es Dios realmente.
- Cuando Jesús sanaba a los enfermos, no solo estaba mostrando compasión, estaba revelando el corazón del Padre, diciendo, “No, sin palabras, esto es lo que mi Padre anhela hacer con ustedes.”
- Cuando Jesús perdonaba a los pecadores, no estaba siendo más bueno que Dios. Estaba mostrándonos cómo el Padre mira al pecador, cómo lo abraza, cómo lo restaura sin condiciones.
- Y cuando Jesús colgaba de una cruz porque lo estaban matando, estaba haciéndonos entrar en las orillas del universo del Amor Divino, diciéndonos, “La misericordia del Padre no tiene límites. Su corazón late por ustedes.”
En otras palabras, él nos estaba diciendo, “Mi Padre nunca deja de amar, nunca deja de perdonar, aunque lo crucifiques, aunque le escupas en la cara, aunque lo insultes y lo quieras matar.”
En cada gesto de Jesús, el Padre se asomaba. En cada palabra de Jesús, el Padre hablaba. Y en cada acto de Jesús, el Padre nos decía, “Éste soy yo.”
Por eso Jesús no vino a morir por nosotros, vino a revelar quién es el Padre.
Y eso, incluso, lo hizo a través de su muerte.
Vino a mostrarnos que el poder de Dios no está en destruir, sino en amar hasta el extremo. Cuando entendemos eso, entendemos también nuestra misión.
Porque si Jesús vino a revelar al Padre, entonces la Iglesia, su cuerpo, existe para lo mismo, para ser visible al Padre. Esa es nuestra razón de ser, esa es nuestra misión. Cuando eso sucede, somos ‘tenuá’.
Y escucha bien esto. La misión no es una estrategia ni un programa de crecimiento. La misión es una manera de vivir. Es el resultado de haber visto el rostro del Padre en Jesús y de querer que otros también lo vean.
No se trata de convencer a nadie. Se trata de encarnar el amor del Padre, de vivir de tal forma que la gente descubra a Dios cuando nos mira.
Pero cuando la Iglesia deja de revelar al Padre, se vacía de sentido. Puede seguir funcionando, puede seguir incluso teniendo forma, pero perdió su alma.

Él nos estaba diciendo, “Mi Padre nunca deja de amar, nunca deja de perdonar, aunque lo crucifiques, aunque le escupas en la cara, aunque lo insultes y lo quieras matar.”
El proselitismo
En ese contexto, la misión deja de ser gozo y se convierte en tarea, deja de ser vida y se convierte en protocolo. Y entonces la Iglesia deja de ser movimiento.
Cuando la Iglesia deja de revelar al Padre, entonces comienza a confundir la misión con proselitismo.
Cuando eso sucede, las comunidades que una vez fueron iglesia terminan jugando a que lo son, cuando en realidad han dejado de serlo. Voy a intentar describir las diferencias entre lo que es misión y lo que es proselitismo.
La misión nace del amor, busca revelar al Padre y restaurar la vida en los demás.
El proselitismo nace del interés, busca aumentar membresías, sumar adeptos o sostener estructuras.
El proselitismo es usado como el método para escalar en el andamio jerárquico de una religión institucional.
En la misión, el centro es la persona. En el proselitismo, el centro es la institución que se transforma en un pedestal para poder lucirnos y ser el centro.
La misión se mueve por gratitud. Nadie obliga porque servir se vuelve gozo. El proselitismo se mueve por obligación o estrategia. Se mide el éxito en números o logros visibles.
La misión es el fruto de la vida interior. El proselitismo es fruto de la ansiedad organizacional.
Cuando estamos haciendo proselitismo, necesitamos poner blancos numéricos, crear lemas de marqueteo. Realzamos una marca religiosa que, de a poco, va perdiendo su esencia.
La misión se encarna, acompaña, escucha, ama sin imponer. Es sal de la tierra, luz del mundo. El proselitismo se impone, discute, presiona o manipula para lograr adhesión.
En la misión la gente ve a Jesús. En el proselitismo solamente ve una marca religiosa.
La misión transforma corazones, restaura relaciones, libera las personas y las une en movimiento. El proselitismo crea afiliaciones temporales, dependencia y competición entre denominaciones.
En la misión, el centro es la persona. En el proselitismo, el centro es la institución que se transforma en un pedestal para poder lucirnos y ser el centro.
La misión genera discípulos, el proselitismo genera miembros y simpatizantes de una denominación y termina dividiendo al cristianismo.
Por último, la misión fluye del Espíritu Santo. Es movimiento, es vida, es tenuá. El proselitismo fluye del miedo a quedar fuera o del control. Es estructura, es rutina.

Contrastes
La misión invita y motiva. El proselitismo se enfoca en convencer a las personas de que están en la iglesia equivocada, provocándoles un gran miedo a perderse.
El proselitismo busca sacar a las personas del lugar donde están. La misión transforma a las personas en el lugar donde están.
La misión es como una planta viva que crece sola cuando se la riega con Jesús. El proselitismo es como una planta de plástico, no crece, adorna, pero no tiene aroma.
Pero cuando volvemos a mirar a Jesús, cuando lo dejamos revelarnos al Padre, la Iglesia revive, vuelve a moverse, a transformarse, a respirar. Y el Reino vuelve a expandirse, no por esfuerzo humano, sino por el impulso natural de la vida que fluye desde el corazón de Dios a través de sus discípulos.
Cuando entendemos que Jesús vino a revelar al Padre y esa revelación se transforma en misión, la salvación deja de ser una transacción y se convierte en una revelación. Deja de ser un proyecto legal y se vuelve una historia de amor.
Jesús no vino a cambiar la actitud de Dios hacia nosotros. Vino a cambiar nuestra actitud hacia Dios. No vino a convencer al Padre de que nos perdone, vino a convencernos a nosotros de que el Padre ya nos ama.
Por eso, cuando Jesús hablaba del Reino, no lo presentaba en términos futuros, sino como una realidad que ya estaba naciendo en medio de la gente.
Él decía: “El Reino de Dios está entre ustedes.” Porque cada vez que alguien descubría el rostro del Padre en su amor, el Reino estaba llegando. Allí había misión.
Jesús no vino a cambiar la actitud de Dios hacia nosotros. Vino a cambiar nuestra actitud hacia Dios. No vino a convencer al Padre de que nos perdone, vino a convencernos a nosotros de que el Padre ya nos ama.

El evangelismo
En pocas palabras, nuestra misión es mostrarle al mundo que Dios es bueno, que ama, que perdona y salva sin pedir absolutamente nada, solamente por gracia.
La salvación, entonces, no es escapar de la Tierra para ir al Cielo, sino dejar que el Cielo entre en la Tierra por medio de nosotros. Es el proceso de ser transformados por la imagen correcta de Dios.
Cuando eso sucede, el alma descansa, el miedo se disuelve y la misión se vuelve natural.
De acuerdo a esto, el evangelismo no es traer gente a nuestra Iglesia, sino llevar la presencia del Padre a donde la gente está.
No se trata de hacer crecer una institución, sino de ensanchar el Reino.
Cuando Jesús enviaba a sus discípulos, no les dijo: “Vayan y funden templos”.
Él les dijo: “Vayan y sanen, liberen, anuncien que el Reino de Dios está cerca. En otras palabras, vayan y revelen al Padre con sus vidas.”
Incluso evangelizar no es hablar de Dios, sino mostrar cómo es Dios.
Porque el mundo ya escuchó demasiadas palabras sobre Dios, pero ha visto muy poco de él en nosotros.
Cuando la gente vea en nuestros ojos la compasión del Padre, cuando sienta en nuestras manos la ternura de Jesús, entonces el Evangelio volverá a ser buena noticia y nosotros estaremos en misión.
El regreso a la esencia y el movimiento de Jesús comenzó con un grupo de personas que simplemente querían parecerse a Él. No tenían poder ni templos, ni estructuras. Solo tenían fuego en el corazón y ese fuego era suficiente porque donde hay amor hay vida. Donde hay vida hay movimiento, donde hay vida hay ‘tenuá’.
No se trata de hacer crecer una institución, sino de ensanchar el Reino.
Una breve historia
Pero, ¿cuándo cambió el énfasis de la misión? ¿Cómo pasamos de algo tan simple y tan vivo a lo que hoy vemos?
La respuesta, aunque incomoda, es bastante clara. Hubo un momento en que la Iglesia dejó de identificarse con Jesús y su misión y empezó a identificarse con otra cosa.
A los primeros discípulos los llamaron ‘cristianos’ porque se parecían a Cristo, no por pertenecer a una organización religiosa, no por repetir un credo, no por memorizar doctrinas.
La gente veía cómo vivían, cómo trataban al prójimo, cómo amaban, cómo perdonaban. y decían “Ahí va uno de los de Cristo.”
La semejanza con Jesús era la única tarjeta de identificación.
Pero llegó el famoso siglo II. Y cuando la Iglesia se unió al Imperio, todo cambió.
Aquello que identificaba un seguidor de Jesús, que era su carácter, su espíritu, su semejanza al Maestro, fue reemplazado por otro criterio completamente distinto.
Desde entonces, un cristiano no necesitaba parecerse a Cristo, solo tenía que creer lo que el Imperio unido con la Iglesia decía que había que creer.
Los concilios comenzaron a definir doctrinas, los teólogos redactaron credos y el Imperio decretó que eso era lo que hacía cristiano a alguien.
La gente veía cómo vivían, cómo trataban al prójimo, cómo amaban, cómo perdonaban. y decían “Ahí va uno de los de Cristo.”
Discípulos
Desde allí en adelante, hacer misión no era revelar el amor del Padre o mostrar quién era el Padre, sino que desde allí en adelante la misión comenzó a definirse como la acción de compartir las enseñanzas de la iglesia.
Y este cambio fue tan profundo, tan radical, que todavía hoy seguimos funcionando igual.
Pero alguien puede decir: “Joel, Jesús en la gran comisión dijo que debíamos hacer discípulos enseñándoles a guardar todas las cosas que él había mandado.” Y ahora quiero decirte que si analizamos bien las enseñanzas de Jesús, estuvieron basadas en mostrarnos la bondad del Padre.
Y el mandamiento que nos dejó está registrado en Juan 1:34-35, que nos dice: “Un mandamiento nuevo les doy, que se amen los unos a los otros como yo los he amado, que también ustedes se amen los unos a los otros.”
Y dijo: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si tuvieren amor los unos para con los otros.”
El cristianismo moderno, heredero de la estructura imperial, sigue pensando que lo esencial es adherirse a un credo aunque no reflejemos a Cristo. Y decimos, “Si crees lo mismo que yo, entonces eres de mi iglesia. Si no, eres otro. Eres enemigo, eres Babilonia.”
El parecido a Jesús dejó de ser la medida y empezamos a medirnos por nuestros enunciados teológicos. Y claro, eso cambió y trastocó todo, especialmente la misión.
Ella dejó de ser el fruto natural de un pueblo que mostraba el amor del Padre con su vida y así pasó a ser un proyecto de expansión, transmitir un credo, convencer a la gente de la verdad que era definida por los teólogos de la iglesia.
El cristianismo moderno, heredero de la estructura imperial, sigue pensando que lo esencial es adherirse a un credo aunque no reflejemos a Cristo. Y decimos, “Si crees lo mismo que yo, entonces eres de mi iglesia. Si no, eres otro. Eres enemigo, eres Babilonia.”

Hiperactividad
O sea, la Iglesia verdadera siempre en ese contexto será la mía. Y si la misión terminó siendo el esfuerzo por hacer que la gente declare su lealtad a la iglesia, aunque no tenga deseos de ser leal a Cristo.
Cuando sustituimos a Jesús por un credo, cambiamos inevitablemente la misión. Y cuando la misión pierde a Jesús, lo que queda ya no transforma, apenas entretiene.
En el otro extremo del espectro, dentro de la corriente proselitista, ha nacido una nueva tendencia que es una contrarreacción a la tendencia anterior.
Como los credos parecen irrelevantes para mucha gente, los hemos reemplazado con templos convertidos en centros de entretenimiento espiritual.
Hay multitudes activas envueltas en programas hermosos, llenos de talento, tecnología, luces y excelencia.
Pero en medio de todo ese brillo olvidamos algo esencial. La actividad no es misión.
Hay muchos que piensan que por estar ocupados en la Iglesia ya no es necesario parecerse a Jesús. Suponen que si alguien está activo en el templo cantando, predicando hermosos sermones, produciendo o dirigiendo, ya no es necesario mostrar al Padre durante la semana.
Confundimos misión con frenesí, confundimos alcance con espectáculo, confundimos la excitación del momento con la plenitud del espíritu y así terminamos creyendo que el objetivo es atraer a un templo, impresionar con lo que hacemos y procurar que salgan de allí con la misma satisfacción que tendrían al salir de un teatro.
Pero eso no es misión, eso es proselitismo de entretenimiento, un modelo donde el ser humano vuelve a ser el centro desplazando a Jesús y desplazando también a su palabra.
Cuando sustituimos a Jesús por un credo, cambiamos inevitablemente la misión. Y cuando la misión pierde a Jesús, lo que queda ya no transforma, apenas entretiene.
En misión
La misión no es crear eventos, es encarnar el evangelio, no es atraer público a un programa para que nos admiren, es revelar al Padre.
No es perfeccionar métodos con tal de que más gente se adhiera, sino que es revelar al Padre para que más gente sea transformada.
Tal vez la Iglesia no necesita otra reforma, necesita volver a moverse en la dirección de la misión que es mostrar al Padre, volver a respirar, volver a amar. Lo que Dios está esperando no es que estemos activos en programas en los templos, sino que dejemos que su vida fluya a través de nosotros, fuera de ellos. Eso es misión.
No se trata de cambiar al mundo desde un púlpito, sino desde una mesa, desde la vida compartida, desde una fe que está en lo cotidiano, que abraza, que se entrega.
Cada vez que alguien ama cuando podría juzgar, cada vez que alguien perdona cuando podría vengarse, cada vez que alguien sirve sin esperar nada a cambio, el reino se mueve.
Es allí que estamos en misión. Y ahí estás vos, ahí estoy yo. Y ahí estamos todos invitados a volver a la esencia, invitados por Jesús a serte Noahá. Así que si alguna vez sentiste que la Iglesia perdió sentido, no te vayas de Jesús.
Tal vez la Iglesia no necesita otra reforma, necesita volver a moverse en la dirección de la misión que es mostrar al Padre, volver a respirar, volver a amar. Lo que Dios está esperando no es que estemos activos en programas en los templos, sino que dejemos que su vida fluya a través de nosotros, fuera de ellos. Eso es misión.

La invitación
Quizás sin darte cuenta le has estado reclamando a la Iglesia algo que siempre fue tu responsabilidad. La Biblia dice que el templo de Jesús eres tú.
Si tu experiencia espiritual está decaída y te refugias en la justificación de que hay demasiada hipocresía entre quienes pretenden ser iglesia, déjame decirte algo con amor.
Jesús está disponible hoy directamente para ti, sin intermediarios, sin filtros, sin excusas. Si no ves una iglesia viva, no es porque Jesús haya abandonado a su pueblo. Él siempre está allí y él siempre estuvo.
Quizás el verdadero problema es que aún no rendiste tu corazón por causa de echarle la culpa a aquellos que no lo reflejan.
Quizás todavía no le permitiste a Jesús que te revele al Padre, porque cuando eso sucede, todo cambia.
Cuando Jesús te muestra al Padre, empiezas a ver Iglesia en lugares donde antes solo veías vacío. Comienzas a encontrar casi sin buscar personas sinceras que aman a Jesús en silencio, que lo llevan en el alma, que respiran bondad sin anunciarlo, a pesar de que todavía no entienden todo.
Cuando dejes que Jesús haga misión contigo y te revele al Padre, no solo verás iglesia en todos lados, también descubrirás que tú mismo te has convertido en movimiento.
Y ese día, sin darte cuenta, seremos todos ‘tenuá’. Si este mensaje resonó en tu corazón, compártelo, dale me gusta, suscríbete dejándome un comentario y recuerda, Jesús es movimiento, nosotros somos ‘tenuá’.




