La desesperanza creativa y el apóstol Pablo enseñan sobre el poder de la mente para redirigir los caminos ante la presencia de obstáculos. Pero, como la misma definición lo plantea, hay un paso previo, ¿en qué consiste? La mente como una playa, las emociones como olas Popularmente se sostiene que los buenos pensamientos dan lugar…
La desesperanza creativa y el apóstol Pablo enseñan sobre el poder de la mente para redirigir los caminos ante la presencia de obstáculos. Pero, como la misma definición lo plantea, hay un paso previo, ¿en qué consiste?
La mente como una playa, las emociones como olas
Popularmente se sostiene que los buenos pensamientos dan lugar a buenas conductas y de modo opuesto, los malos pensamientos generan malas conductas. En consecuencia, la tristeza, la ansiedad, el miedo, los sentimientos de soledad y la desconfianza en uno mismo se condenan y censuran.
Así las personas transcurren sus vidas intentando aprender, no sólo a controlar las situaciones externas, sino también las emociones que crean como respuesta.
El problema nace en la esencia misma de este mensaje, que erige una felicidad artificial: los problemas seguirán apareciendo al mismo ritmo que los efectos emocionales negativos, y el control una vez más se irá de las manos.
Actualmente no existe un mejor ejemplo que la situación por la que atraviesa el mundo entero. La pandemia ilustra que, por más que uno se enfoque en el desenlace, el desconcierto y la incertidumbre aún reinan en las comunidades en cuarentena.
Para la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), el intento por pensar en otra cosa puede devenir en la denominada evitación experiencial que, aunque llega con la promesa de disminuir los síntomas, sólo logra su intensificación.
A menudo se utiliza la metáfora de las olas que rompen sobre la playa para explicar la diferencia entre pensamientos y emociones pasibles de ser modificadas y aquellas que no dan lugar al control y cambio. Las olas rompen y se deshacen sobre la arena como si nunca antes hubo otra tan grande o fuerte. Ante esto la persona puede observarlas y aceptarlas o sumergirse a intentar detenerlas.
Sin embargo no se trata de una actitud de pasividad ante el entorno externo e interno, sino de volcarse a lo que sí vale la pena según los propios valores. Podría optarse por leer un libro en la playa, armar castillos o simplemente aprovechar el tiempo con la compañía humana.
Por esto un estudio descriptivo del Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos España explica que clarificar los valores es el primer paso, ya que al desconocerlos no se le puede dar un rango de importancia al sufrimiento, al problema que resolver, ni tampoco es posible la experiencia de la desesperanza creativa.
Desesperanza creativa
Desembarazarse de las sensaciones, los pensamientos o sentimientos desagradables y aceptarlos como son y como llegan a la mente, es una tarea que implica esfuerzo activo según la ACT. Además difiere de la terapia cognitivo-conductual que propone eliminar las conductas que favorecen el mantenimiento de los síntomas molestos.
Aquel punto dónde la persona decide dejar de luchar contra el malestar, ya sea porque se siente abatida o porque se da cuenta que ha suspendido otros objetivos personales, es puerto de llegada de la desesperanza creativa. Ahí, cuando se detiene la evitación, la mente comenzará a crear un nuevo plan, una nueva alternativa, otro propósito. En la desesperanza nace la esperanza.
Sin embargo para arribar a este paraje es necesario, en primer lugar, estar dispuesto a tener pensamientos, emociones y sensaciones no deseadas. Posteriormente, explorarlos a la luz de los valores propios para observar si han sido postergados y exponerse al dolor, la confusión, la vergüenza o la frustración.
Ahora sí, en pos de la apertura a un nuevo camino, se desactivan las viejas cogniciones y la persona se distancia de aquello que en un momento evadió por generarle sufrimiento.
El apóstol Pablo en Malta
En las Sagradas Escrituras pueden encontrarse un sinfín de relatos que enseñan el principio actualmente denominado desesperanza creativa. Una de las vidas más ricas en experiencias tanto agradables como desagradables es la del apóstol Pablo, que en medio de la desesperanza encontró alternativas esperanzadoras, tanto en la comodidad como:
“en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez” (2 Corintios 11:26,27).
En camino a Roma para comparecer ante el César (Hechos capítulos 26 al 28), la nave que trasladaba a Pablo y a otros cientos de presos y soldados más, naufragó por largos días a causa de las tormentas. En aquel entonces los viajes marítimos eran esencialmente peligrosos y más aún si la oscuridad de las nubes no permitía al capitán dejarse guiar por los astros.
A pesar de su debilidad física y luego que la mayoría de la tripulación desestime su consejo de permanecer en el último puerto seguro que habían encontrado, el apóstol mantuvo su propósito incólume y aunque no pudo modificar las circunstancias optó por la búsqueda de alternativas.
Fue así que animó al resto a alimentarse y a hacer su parte mientras él recordaba que Dios lo había enviado a Roma y sabía que de algún modo llegaría. No obstante, antes de alcanzar tal meta encallaron en la isla de Malta y durante meses debieron esperar el próximo barco que los llevaría a continente.
Con todo, aunque Pablo podría haber elegido ahogarse en la desesperanza, encontró en esta parada fuera de los planes una oportunidad para predicar a los habitantes de aquella isla que desconocían el evangelio.
Del mismo modo, actualmente las personas siguen enfrentándose al desafío de detener la lucha contra sus propias experiencias internas para enfocarse en intentar algo nuevo, es decir, encontrarse cara a cara con la desesperanza creativa.