Comencemos por una conclusión: La agenda del fin de la posmodernidad es la ideología de género, el matrimonio igualitario, el lenguaje inclusivo y la idea de aborto irrestricto, conceptos construidos sobre la moral individualista y subjetiva del relativismo. Ahora, revisemos cómo hemos llegado a esta afirmación. Es un principio básico e innegable aquel que establece…
Comencemos por una conclusión: La agenda del fin de la posmodernidad es la ideología de género, el matrimonio igualitario, el lenguaje inclusivo y la idea de aborto irrestricto, conceptos construidos sobre la moral individualista y subjetiva del relativismo.
Ahora, revisemos cómo hemos llegado a esta afirmación.
Es un principio básico e innegable aquel que establece que, para comprender el presente, es necesario estudiar el pasado. Los hitos principales del quehacer humano se enlazan cual eslabones en la cadena de la historia lineal.
Por eso, cuando se habla en la actualidad de un mundo globalizado con una cultura estandarizada en la que todas las verdades son relativas, es necesario volver un poco hacia atrás en el tiempo para entender el origen de estas ideas y discernir el alcance de su impacto en la sociedad de hoy.
TERCER ÁNGEL dialogó al respecto con Fernando Aranda Fraga, Doctor en Filosofía y decano de la Facultad de Humanidades, Educación y Ciencias Sociales en la Universidad Adventista del Plata (ubicada en la localidad de Libertador San Martín, provincia de Entre Ríos).
A continuación se presenta la primera parte de la entrevista en la que el docente e investigador compartió su análisis y reflexiones sobre una época marcada por el relativismo y la irrupción de la llamada “posverdad”.
“Todo es relativo”: un pensamiento muy antiguo
–¿A qué se denomina “relativismo cultural” y cómo impacta hoy en el mundo?
-Suele hablarse de relativismo cultural en referencia a la corriente que considera que cada cultura tiene diferentes verdades éticas o morales, pero la acepción que estoy tomando aquí es la idea del dominio que ejerce actualmente el relativismo sobre la totalidad de la cultura contemporánea a nivel global.
Su impacto puede verse claramente en la justicia, en la economía y en la educación, entre otros rubros. Si la verdad depende de cada uno, entonces estamos en problemas porque se dificulta la comunicación entre todos.
¿Cuál sería, entonces, el núcleo duro, objetivo, de lo que estamos comunicando? De lo contrario no comunicamos otra cosa sino opiniones personales sobre algo que intentamos describir.
-¿Cuándo comenzó el mundo a hablar sobre el relativismo?
–Los primeros relativistas fueron los sofistas griegos del siglo V a.C. Su aparición concuerda con los inicios de la filosofía.
Pero, mientras los filósofos clásicos, tales como Sócrates, Platón y Aristóteles, entre los más renombrados, buscaban conocer la verdad, los sofistas procuraban solamente el bien-decir en el discurso, es decir, le otorgaban más importancia a la forma que al contenido.
Así, no desarrollaron una teoría del conocimiento, sino lo que dio en llamarse la Retórica, que es el arte de hablar bien. Quizás el más famoso es Protágoras, quien enunció la declaración fundacional del relativismo: “El hombre es la medida de todas las cosas”.
Pero en rigor de verdad hay que decir que el relativismo no comenzó con los griegos de la Edad Antigua, sino que es tan viejo como la humanidad.
El primer hecho relativista ocurrió en el Jardín del Edén, cuando el engañador por excelencia, Satanás, camuflado bajo forma de serpiente alada, le aseguró a Eva que si comía del fruto que Dios les había prohibido no moriría.
Le dijo una verdad a medias, relativa, porque ni ella ni Adán luego de comer del fruto murieron, en el momento, pero sí murieron a la vida eterna que Dios les había otorgado condicional a su obediencia.
Cambio de época y de paradigma
-¿Notas alguna relación entre el binomio Modernidad/Posmodernidad y el binomio Relativismo/Objetivismo?
-La Edad Moderna se caracterizó por un gran desarrollo científico, el advenimiento de grandes filósofos, que lo eran al mismo tiempo que científicos (Descartes, Leibniz, Bacon, Locke, Hume, Newton, entre muchos) y un profundo cambio de paradigma.
Tanto la filosofía como la ciencia propusieron que sólo se podía conocer una verdad aproximada y no absoluta como se creía durante la Edad Media y Antigua, dando lugar, entonces, desde inicios de la Edad Moderna (S. XVI) a un subjetivismo moderado.
A mediados del siglo XX, y con más fuerza en los años ‘70 y los ‘80, la cultura comenzó a restarle importancia a la historia lineal y anunciar el fin de los “grandes relatos”.
La Modernidad, con su relato de creciente y constante progreso, había prometido casi un paraíso terrenal, pero esa pretensión se desmoronó luego de las dos grandes guerras mundiales.
La Posmodernidad sufrió un desencanto de los valores modernos y se fue al extremo opuesto: se constituyó como una negación del consenso, comenzando a valorar mucho más el disenso.
No sólo criticó duramente a la ciencia, lo cual es muchas veces saludable porque la depura de errores logrando una superación de las teorías que va descubriendo, sino que también se comenzó a desconfiar de ella.
La religión, considerada como parte de los grandes relatos, cayó en gran desprestigio, unido a una contundente desconsideración de la historia. Varios teólogos contribuyeron, años antes y en una suerte de preparación del caldo de cultivo, a lo que se llamó la “desmitologización” del relato bíblico.
Junto con eso surgió la Nueva Era, una religión hecha a medida del hombre particular, una especie de neopanteísmo que erigía a cada ser humano como su propio dios, considerándolo como la parte más evolucionada de la naturaleza.
Esta forma de religiosidad rechazó la existencia de un Dios trascendente, por lo tanto, también Creador del Universo. Si ya no hay un Creador, entonces todo existe desde siempre, las almas se reencarnan, nunca mueren, solo hay transformaciones de unas formas en otras. La naturaleza pasó a ser algo divino y sagrado.
En Dios antes estaba la verdad absoluta, nada era verdadero o falso si no por Él, donde radicaba el criterio absoluto de verdad. Pero ahora, si no hay un Dios trascendente, personal, Creador de cuanto existe, se pierde todo criterio de verdad y de autoridad epistemológica.
De esta manera, se derrumba todo criterio de objetividad y la verdad pasa a ser relativa.
Esto ya lo había anticipado el magnífico escritor ruso Dostoyevski, en pleno siglo XIX, al poner en boca de uno de los personajes de sus novelas la renombrada frase que terminó constituyéndose en fundamento de una de las corrientes, no solo filosófica, sino pancultural, que anticipó en gran medida los leit motiv de la Posmodernidad: “si Dios no existe”, escribió, “todo está permitido”.
Un neologismo cada vez más frecuente
–Si todo es relativo, se debilita la idea de una verdad objetiva, dando lugar a lo que se conoce como “posverdad”. ¿En qué consiste la “posverdad” y cuáles son las causas que facilitaron este cambio?
–El concepto de posverdad es más reciente, algo así como un fruto tardío del posmodernismo. Algunos afirman que hoy estamos en la “hipermodernidad” pero, si bien hay algunas cuestiones posmodernas que se dejaron de lado, lo que perdura es la interpretación relativista de la verdad.
A eso hay que sumarle otro gran caballito de batalla de la posmodernidad, la moral individual, que se exalta en desmedro de las normas éticas establecidas.
De allí deriva esta posverdad, que en 2016 fue elegida como palabra del año. Se refiere a una realidad distorsionada en la que los hechos objetivos pierden su valor debido a que se manipulan las emociones y creencias personales de la gente para establecer una mentira como si fuera verdad.
-Desde tu óptica, ¿qué grupos o movimientos ideológicos están favoreciendo o aprovechando más la coyuntura actual?
-Hay algunas cuestiones que se originaron sobre el fin de la posmodernidad y que empezaron a estar en el tapete últimamente, como la ideología de género, el matrimonio igualitario, el lenguaje inclusivo y la idea de aborto irrestricto.
Todos estos conceptos en realidad no tienen un fundamento en sí, sino que están construidos sobre bases sumamente tenues y lábiles como la moral individualista y subjetiva del relativismo.
A partir del auge de tales nociones impuestas en el mundo por los medios de comunicación, y muy especialmente por la comunicación que ocurre en las redes sociales, se conformó una agenda muy definida que terminó siendo impuesta por la política.
Un claro ejemplo es el uso de la lengua. Hoy en día es común encontrar personas que no utilizan el lenguaje femenino o masculino, sino que pretenden realizar una simbiosis del lenguaje, algo que ni siquiera la Real Academia Española (RAE) reconoce como válido.
Se lo disfraza bajo propósitos y lemas sumamente nobles, como son los derechos inclusivos, por ejemplo, pero en realidad los fines y objetivos de tales acontecimientos son definidamente otros. Estas ideas, promovidas y celebradas por los medios de comunicación, son parte de la agenda de la izquierda internacional.
Entre límites difusos y noticias falsas
-Si una sociedad establece sus nociones de ley y justicia en base a principios relativistas, ¿cuál es el parámetro que se utiliza para juzgar cada una de las situaciones hipotéticas que puedan surgir?
-Justamente, al perderse los parámetros ya no hay fundamentos. Cuando eso sucede, la ley se desnaturaliza y pasa a ser interpretada según el juez o el grupo político dominante.
La justicia se vuelve problemática y termina siendo controlada por otros poderes, tales como el Poder Ejecutivo, el Legislativo o incluso por el llamado “4to. Poder”, los medios de comunicación.
Estos últimos te quieren vender la idea de que rechazar la agenda de esta época te convierte en alguien del paleolítico y que estás muy desactualizado, “no sos progre”.
Son ideas que en términos generales arraigan en toda la sociedad, sin distinguir entre diversas capas sociales ni grupos etarios, pero que quienes las promueven comenzarán siempre apuntando a que sean asimiladas por los más jóvenes.
De ahí la importancia que ha ido adquiriendo la educación en estos últimos tiempos y bajo qué ideología se está ejerciendo.
–¿Cuál es el papel de las redes sociales en la conformación de esta nueva narrativa, marcada por una fuerte presencia de las fake news?
-Las redes sociales sirvieron como amplificadores de lo que ya se venía gestando en Internet, la gran “democratizadora” de la información a nivel mundial. Y digo “democratizadora” entre comillas porque es cierto que Internet hizo que el conocimiento pueda estar al alcance de todos y de cualquiera.
Pero también es muy cierto que en Internet hay de todo, la verdad junto con el error, y éste se propaga mucho más fácilmente que aquella.
Que el conocimiento esté al alcance de todos es fenomenal, pero el problema es que Internet es vehículo de todo tipo de información, incluyendo aquella que no está certificada por especialistas.
Una rápida búsqueda en las redes sociales nos permite observar que la verdad aparece muy deformada. Se produce lo que podríamos llamar la “hipersubjetivación de la verdad”.
Las fake news con las que somos bombardeados son, literalmente, “verdades falsas”, posverdades.
-¿Qué parámetros podríamos tener para no caer en esa lectura constante de fake news? ¿Dónde podemos encontrar algo medianamente más verdadero?
–Un buen lugar para comenzar es consumir preferentemente las noticias de los medios más reconocidos, aquellos que saben que se están jugando su reputación cuando publican, dicen o muestran determinados contenidos.
Los algoritmos y el comportamiento humano
-Cada red social utiliza algoritmos para ofrecer resultados de búsqueda personalizados. ¿Cuál es el efecto que tiene sobre el usuario y qué objetivo persiguen aquellos que manejan la plataforma?
-Los algoritmos trabajan con la información que los usuarios les brindan en las redes sociales. En base a los datos personales que aporta cada individuo y a la tendencia de sus interacciones, le sugieren noticias o publicaciones que concuerdan con sus intereses y que, en teoría, esa persona aceptaría más fácilmente.
Ahora, ¿cuál es el sentido de todo esto? Las redes sociales son mecanismos de venta. Realizan una preselección de la información que se le mostrará a cada persona, creando un mercado sectorizado que garantice una efectividad elevada para el alcance de la publicidad que pagan las empresas, agencias y otras entidades. Todo es un gran negocio.
De paso, me gustaría recomendar “El dilema de las redes sociales”, un documental de Netflix que es de lo mejor que he visto sobre el tema. Allí también se trabajan tópicos como el relativismo y la posverdad, de los que ya estuvimos hablando.
Otro buen ejemplo de esto, sobre cómo la información que recibimos depende de la agenda que ha sido impuesta por alguien mucho más poderoso que nosotros, lo cual hace que se terminen imponiendo determinadas ideas en desmedro de otras, es el hecho del Brexit en el Reino Unido.
La idea de conducir a la población del Reino Unido (formado por los siguientes países: Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) para que termine votando por la opción de salirse de la Unión Europea fue muy manejada a través de las redes sociales, utilizando al máximo sus algoritmos y aquellos motivos ocultos que anidaban en los deseos del ser humano.
Se escamotearon muchas verdades, mostrando sólo aquellas que la gente quería y deseaba escuchar y ver.
El resultado ya lo conocemos, como así también sabemos sobre la enorme cantidad de habitantes de estos países que están ahora arrepentidos de haber votado lo que votaron, inducidos por las redes sociales y el resto de los medios controlados por los políticos que representaban tales ideas.
Esto no es invento mío, está perfectamente mostrado y documentado en la película documental estrenada en 2019, titulada Brexit: The Uncivil War, basada en hechos reales, sobre un guión escrito por James Graham y dirigida por Toby Haynes.
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En el siguiente artículo se analizará el legado de la cultura posmoderna, la mirada particular de la cosmovisión judeocristiana y los desafíos que enfrenta la educación frente al panorama actual.