Tiempos de higiene para asegurar la sanidad, y está muy bien. Sin embargo, la cuestión de las impurezas requiere de límites y equilibrios. Jesús de Nazareth decidió enfrentar los excesos. Aquí un caso interesante: "(…) Lo primero que señaló debe haber causado consternación a muchos de los presentes. "No es lo que entra en la…
Tiempos de higiene para asegurar la sanidad, y está muy bien.
Sin embargo, la cuestión de las impurezas requiere de límites y equilibrios. Jesús de Nazareth decidió enfrentar los excesos.
Aquí un caso interesante:
“(…) Lo primero que señaló debe haber causado consternación a muchos de los presentes. “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre”. La mayoría de ellos eran conocedores de los elaborados rituales que observaban los fariseos para mantener su pureza en un mundo impuro. Los fariseos restringían seriamente el contacto con diferentes clases de personas que consideraban poco comprometidas o contaminadas. La entrada de un judío a sus casas, por ejemplo, solamente era posible si estaba dispuesto a someterse a una serie de rituales para quitar todas las ‘impurezas’ que podía traer consigo. No existía la posibilidad de que un fariseo entrara en la casa de un gentil, ni tampoco que le diera acceso a su propia casa, pues consideraban que los gentiles estaban más allá del alcance de los más estrictos rituales de purificación.
Entre las observaciones que acompañaban la vida de los fariseos se encuentra la que generó la enseñanza de Cristo en este pasaje, el hábito de lavarse cuidadosamente las manos antes de comer. Esta práctica no buscaba como principal objetivo la higiene sino que era un principio esencialmente religioso. Los fariseos creían que en el acto de lavarse las manos removían de sus personas todas las impurezas que pudieran haber acumulado en el transcurso del día por haber estado en contacto con personas pecaminosas. Su indignación con los discípulos de Jesús fue porque esperaban que un grupo de personas que seguían a un maestro religioso observaran las mismas reglas que ellos. (…)”.
Christopher Shaw,
Dios en sandalias (Encounters with the Word Made Flesh).
Los fariseos experimentaban asco hacia las impurezas. ¿También hacia los impuros?
El asco es una de las cinco emociones básicas. Sin embargo, en el campo del crecimiento emocional, no se le da el mismo valor que a las otras cuatro emociones básicas:
- miedo,
- tristeza,
- alegría, e
- ira.
“El asco nos protege de posibles peligros de enfermedad o contaminación“, explicó Bonifacio Sandín, catedrático de Psicología Clínica de la española Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Según cada persona, la sensibilidad al asco variará y a unas les causarán repulsión unos estímulos que a otras no.
Fue Charles Darwin el primero en prestar atención al asco. En su libro “La expresión de las emociones en el hombre y en los animales” (1872) definió al asco como algo “repugnante”, que tiene relación con el sentido del gusto pero también con cualquier cosa que provoque esa reacción a través del olfato, el tacto y la vista.
Además, Darwin describió su genuina expresión facial, similar al impulso de vomitar. Tal como recordó la periodista Kathleen McAuliffe, autora del libro “Yo soy yo y mis parásitos”, Darwin escribió a colegas residentes en diferentes partes del mundo para averiguar si ese gesto era común en las distintas comunidades nativas. Y las reacciones resultaron ser idénticas.
Eduardo Alberto León en un ensayo titulado “El asco entre naturaleza y cultura”, afirmó: “El asco pertenece a la gran familia de la aversión. Hay cosas que nos atraen y cosas que nos repelen. Esta es una de las primeras valoraciones que podemos hacer de la realidad. El odio –del que les hablaré en otra ocasión– y el miedo también pertenece a esa familia afectiva. Por eso, al estudiar las fobias, muchas veces resulta difícil saber dónde colocarlas. Llamamos fobia a un miedo o a una repugnancia tan intensa e injustificada que afecta seriamente a la vida de las personas que la sufren. La fobia a las arañas, o a las serpientes, es la exageración de un sentimiento normal, a medio camino entre el miedo y el asco.
Asco, miedo y odio son aversiones y se caracterizan porque impulsan a separarse del objeto que las provoca. El miedo, mediante la huida. El asco, mediante el vómito. El odio, posiblemente, deseando destruir el objeto odiado (…)”.
Gonzalo Arrondo, investigador del grupo Mente-Cerebro, del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad Navarra, diferencia entre
- el asco puramente biológico, que nos protege de elementos que pudieran hacernos daño, y
- el asco social, “que cumple la misma función: alejarnos de las cosas que nuestra sociedad considera nocivas“.
Paul Rozin recibió su licenciatura en Psicología en la Universidad de Chicago en 1956, y recibió un doctorado en Biología y Psicología de Harvard, en 1961. Luego integró el Departamento de Psicología de la Universidad de Pennsylvania investigando la elección de alimentos humanos, considerado desde las perspectivas biológicas, psicológicas y antropológicas. Él estudió la evolución cultural de la cocina, el desarrollo de las aversiones alimentarias y las preferencias alimentarias, las influencias familiares en el desarrollo de la preferencia y la imagen corporal, y fue editor de la revista “Appetite”.
“Me interesé en el asco porque es tan poderoso: ¿Qué significa decir que algo es desagradable? ¿Por qué algunas cosas son desagradables y otras no?”, explicó Rozin en cierta ocasión.
“El asco se extiende con la evolución cultural a una forma de comunicar el rechazo hacia una amplia gama de cosas que la cultura considera ofensivas, incluyendo ciertos tipos de violaciones morales hacia otros“, señaló Rozin. Por ejemplo, la repulsión que pueden despertar quienes agreden a menores de edad se enmarca dentro de un contexto cultural que censura este tipo de comportamientos.
Pero hay otro asco, harto peligroso cuando se mezcla con el rencor o la intolerancia.
Eduardo Alberto León escribió: “(…) Las neurociencias y las disciplinas empíricas pueden dar respuesta a la pregunta: ‘¿cómo opera el cerebro?’, pero no pueden decirnos por qué debemos actuar de un modo u otro, cómo podemos ser mejores o qué es digno de ser considerado valioso. Para ello es preciso recurrir a la reflexión filosófica. La repugnancia, cuando se alía con formas de rechazo tales como el odio, el rencor, el desprecio, o la mera indiferencia hacia aquellos que no forman parte del reducido colectivo de los nuestros, es un caldo de cultivo para actitudes intolerantes del signo que sea (chovinismo, misoginia, homofobia, racismo y fanatismos de todo tipo). Estas actitudes se acompañan de establecimientos de jerarquías y diferencias que menosprecian y humillan a aquellos que son blanco de las mismas, y por ello jamás deberían constituir una guía moral en ninguna sociedad. Las personas somos responsables de nuestros sentimientos, por lo menos en la medida en que podemos ejercer algún tipo de influencia sobre ellos mediante la reflexión. Pero nuestro carácter como criaturas morales y políticas se encuentra a menudo repleto de carencias, fallas y vicios. (…)”.
Así llegamos a la interesante reflexión de Brad D. Strawn, en Christianity Today:
“(…) Si el asco central, que se trata de protegernos de la muerte, puede vincularse con situaciones morales, sociales y espirituales, algunos de los comportamientos de los fariseos en los Evangelios tienen sentido. Los fariseos no eran simplemente legalistas dominantes, sino que eran humanos normales que temían la contaminación (es decir, la impureza moral). El asco central se vinculó con ciertos comportamientos y personas a través de la lógica irracional de la contaminación y, posteriormente, generó temor a la proximidad y al tacto. Es posible que después de la pandemia, las personas se sientan tentadas a permanecer aisladas y satisfechas con la adoración virtual como un delgado disfraz de disgusto. Pero el cambio no vendrá únicamente al conocer el “pensamiento mágico” de la contaminación y su naturaleza promiscua. Necesitamos una nueva comprensión y nuevos comportamientos que podamos imitar. En las Escrituras, Jesús nos ofrece a ambos.
Los judíos temían entrar en contacto con los impuros, pero Jesús da la bienvenida a las multitudes de enfermos / impuros (Mateo 14: 34–36; Marcos 3: 7–12; Lucas 4:40). Si bien Jesús pudo, y ocasionalmente lo hizo, sanar a personas inmundas solo con palabras, parece que prefería tocarlas. Toca a los leprosos (Marcos 1: 40–44), cura a los ciegos y mudos con saliva de su propia boca (Marcos 7: 31–37; Juan 9: 1–7), se agacha y toca a los muertos (Lucas 8 : 40–56), y la mujer con el problema del sangrado se cura tocando a Jesús (Lucas 8: 43–48). El tacto es importante para Jesús, y lo usa con frecuencia con aquellos considerados intocables. Quizás tocar es importante para Jesús porque no solo cura, sino que reconoce la humanidad de uno. Al hacerlo, Jesús reconcilia a estas personas con una comunidad que anteriormente los había visto y tratado con disgusto.
En los Evangelios, Jesús literalmente vuela frente a cada uno de los cuatro principios de contagio esbozados por Paul Rozin.
- Rompe el miedo a la proximidad y
- la insensibilidad a la dosis, la idea de que incluso un poquito de contaminante arruina todo. Jesús niega esta lógica comiendo en el hogar de los pecadores y sin mostrar discriminación con quien interactúa (Lucas 19: 1–10).
- La teoría de la permanencia sugiere “una vez contaminado, siempre contaminado”, pero Jesús demostró una y otra vez que cualquiera puede ser limpiado (Lucas 7: 36–50; Juan 8: 1–11).
- Y finalmente, contrarrestando la lógica del dominio de la negatividad —la idea de que lo impuro domina lo limpio, dejándolo impuro—, Jesús no teme entrar en contacto con lo impuro. Tanto la enfermedad como el pecado podrían dejar impuros a otros, pero él muestra que supera la contaminación y les permite estar limpios. (…)”.
Tal como el resto de las emociones, el asco deja su huella en el cerebro. Imágenes de resonancia magnética funcional han mostrado que en la repulsión provocada por imágenes desagradables, olores, pensamientos o por otras caras de asco se activan tres áreas que están interconectadas:
- la ínsula anterior, relacionada con el olfato y el gusto;
- los ganglios basales, asociados al movimiento; y
- algunas partes de la corteza prefrontal relacionada con los pensamientos.
¿Cuándo el asco deja de ser una emoción primaria y se convierte en una patología? “La diferencia entre el asco normal y el patológico es de grado”, indica Bonifacio Sandín. Cuando las reacciones de desagrado son excesivas, producen un malestar significativo y alteran el funcionamiento diario, estaríamos ante casos de asco patológico, según él.
Volvemos a Strawn: “(…) Jesús no compra la lógica de la contaminación y el asco. En un ejemplo tras otro, Jesús no solo sana, a través del tacto, sino que limpia a los impuros. Las personas son perdonadas, sanadas y devueltas a sus comunidades, como nuevas. En lugar de seguir los impulsos naturales de asco, evitar, evitar o incluso avergonzar, Jesús ama a sus vecinos a través de un acto de hospitalidad radical. Se mueve hacia aquellos etiquetados como impuros. Por supuesto, la impureza ritual y el contagio viral no son lo mismo, pero aún podemos aprender a superar el asco del ejemplo de Jesús. El peligro de una enfermedad como COVID-19 es que el disgusto no permanecerá en el ámbito de lo biológico, sino que se unirá promiscuamente a las personas, lo que llevará a la evitación, a otros y perderá el beneficio del contacto, la proximidad y la iglesia juntos. (…)”.
Es importante reflexionar acerca de nuestros sentimientos, porque nos definen.
De esto trató el Semón del Monte y sus bienaventuranzas: de nuestro compromiso con el cambio. Mejor expresado: con la restauración.
Los primeros cristianos lo sabían y lo practicaban. De ahí su poder de cambio en aquellos tiempos, y la contagiosa fascinación que provocaban, llevando a muchos a amar a Dios pese al peligro de desprecio y hasta de muerte que esto podría provocarles.
“Primero, la caridad cristiana era bastante atractiva. Los cristianos se hicieron conocidos y admirados por su bondad, hospitalidad y generosidad para con los necesitados. Segundo, a diferencia de la rígida jerarquía social del Imperio romano, los cristianos valoraban a todas las personas por igual, y modelaban una comunidad que derribaba las barreras sociales. Tercero, los cristianos valoraban a las personas individualmente. Mientras que Roma daba prioridad a la unidad cívica, haciendo que la persona individual se subordinará al culto imperial, el cristianismo afirmaba la dignidad y el valor de cada ser humano. Cuarto, el cristianismo prometía el poder del bien sobre el mal. Muchos romanos creían en espíritus malignos, y esta nueva fe parecía ofrecer protección contra entes demoníacos.”
Historia de la Iglesia
La Iglesia primitiva: Inicios y persecuciones.
Son tiempos de cambio. Pero cambiemos para bien. Es importante ganar la post pandemia.