Inmortalidad del alma, un concepto que confronta con el propósito de la misión de Restauración de Jesús de Nazaret. ¿O cuál fue, de lo contrario, el motivo de su visita?
Jesús de Nazaret nunca enseñó algo vinculado a la vida del alma luego de la muerte o algo parecido. Para Jesús, la muerte era tal como dormir. La demostración de poder más contundente que realizó durante su ministerio en Judea, Galilea y Samaria, en nombre del Padre y el Espíritu Santo, fue la resurrección de Lázaro. Tan impactante fue el acontecimiento en su tiempo que decidió al Sanedrín -tribunal supremo de los judíos- a asesinar a Jesús por temor a quedarse sin seguidores del culto que ellos administraban desde el Templo como eje teológico, económico-financiero y de poder político.
En verdad, la cuestión de la muerte condicional y de la posible inmortalidad se encuentra en el origen de la Humanidad. Génesis 2:16 y 17: “Y el Señor Dios mandó al hombre diciendo: “Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del Conocimiento del Bien y del Mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente morirás”.”
El relato refuerza la idea de que el anhelo de inmortalidad y de ser tal como dioses estuvo desde el comienzo de la Humanidad. Aquí Génesis 3:4 y 5:
“Entonces la serpiente dijo a la mujer:
—Ciertamente no morirán. Es que Dios sabe que el día que coman de él, los ojos les serán abiertos, y serán como Dios, conociendo el bien y el mal.”
La inmortalidad no es una problemática circunscripta al cristianismo ni al judaísmo.
En Conectorium.com/ se lee:
“El dogma de la inmortalidad del alma es la idea más consoladora y al mismo tiempo más reprimidora que el espíritu humano pudo concebir. Esta agradable filosofía fue tan antigua en Egipto como sus pirámides; y antes que los egipcios, la conocieron los persas. He referido ya en alguna parte la alegoría del primer Zoroastro, que cita el Sadder (N. de la R.: compendio de las leyes de Zoroastro), en la que Ahura Mazda (N. de la R.: dios) enseña a Zoroastro el sitio destinado para recibir el castigo, que se llamaba Dardarot en Egipto, Hades y Tártaro en Grecia, y nosotros hemos traducido imperfectamente en nuestras lenguas modernas por la palabra ‘infierno‘. Ahura Mazda enseña a Zoroastro, en el sitio destinado a los castigos, a todos los malos reyes, a uno de los cuales le faltaba un pie, y Zoroastro preguntó por qué. Ahura Mazda le contestó que ese rey sólo había hecho una buena acción en toda su vida, esta acción consistía en haber acercado con el pie un comedero que no estaba lo bastante cerca a un pobre borrico que se moría de hambre. Dios llevó al cielo el pie del rey malvado, y dejó en el infierno el resto de su cuerpo. (…)”.
No obstante, inmortalidad e infierno no fueron enseñados por el Dios de Adán y Eva. Por lo tanto tampoco lo difundió quien mostraba la imagen del Padre: Jesús. En ese contexto, la resurrección de Lázaro de Betania fue una victoria cultural y espiritual sobre todas las tergiversaciones.
Lázaro, María y Marta
Detrás del Monte de los Olivos, se encuentra el pueblo árabe Al Azariyeh, la Betania de los Evangelios (del hebreo ‘Bet Ananya‘, que significa ‘casa de Ananías‘). A 3 km al este de Jerusalén, en el borde del desierto de Judea, ya en tiempos de Jesús era un suburbio de la metrópolis. Hoy el camino está interrumpido por el ‘muro de separación‘ (Israel / Palestina), por lo que es obligatorio seguir una ruta mucho más larga.
En Betania vivían los hermanos Lázaro, Marta y María, quienes integraban el círculo más íntimo de Jesús, y a quienes visitó en varias ocasiones.
Lázaro significa en hebreo, “Mi Dios ayudará“.
Marta, pronunciado Martâ (la vocal de la última sílaba es larga), significa ‘Señora‘.
María proviene de ‘Mir-yam‘, que para unos significa ‘Excelsa‘ y para otros ‘Yahvé ilumina’.
En Betania también vivía Simón el leproso, en cuya casa una mujer ungió a Jesús con la usanza tradicional de perfume sobre su cabeza.
Es desconocida la circunstancia y la oportunidad en que Jesús se conoció a los 3 hermanos.
Sin embargo sí se conoce que Jesús amaba descansar en ese hogar, que lo sentía propio.
La muerte
Inmortalidad del alma es una idea que llegó a Palestina con Alejandro Magno, en el siglo IV a.C.
Tales de Mileto, el más antiguo filósofo griego conocido, afirmó que poseían alma inmortal no solo los hombres, los animales y las plantas, sino también objetos tales como los imanes, ya que estos pueden mover el hierro.
Luego, Pitágoras, el matemático del siglo VI a.C., sostenía que el alma es inmortal y que transmigra.
Fue desarrollada la creencia de que las almas de los muertos cruzaban en barca el río Estigia para entrar en una inmensa región subterránea conocida como ‘el reino de los muertos‘, donde las almas eran sometidas a juicio. O se las sentenciaba a sufrir tormento en una prisión de murallas altas, o se las destinaba a la felicidad absoluta del Elíseo.
La tensión por la identidad hebrea (monoteista), ante el avance espiritual griego (politeista) explotó en el siglo II a.C. con la revuelta de los Macabeos.
Sin embargo, los Macabeos incorporaron la creencia de la resurrección de los muertos en cuerpo y alma, concepto que a sus guerreros les permitió sostener combates feroces con sus adversarios.
El libro Macabeos 2 -que no integra el Canon Bíblica convencional pero sí el de la Iglesia Católica Apostólica Romana- afirma que hay un Reino de Dios en la Tierra, del que forma parte un pueblo de escogidos, y los demás quedan fuera. Y que hay una comunidad entre los ciudadanos vivos y muertos: algunos difuntos viven más allá e interceden por los que viven acá; algunos mueren con culpas que los vivos pueden expiar con oraciones y sacrificios.
Pero otras escuelas rabínicas tenían / tienen convicciones diferentes.
La fe judía no es monolítica, a excepción de “Dios es uno, sin apariencia física y no se encarna“.
Casi contemporáneos de Jesús fueron los dos teólogos más importantes:
- Hillel, el fariseo, conocido por enseñar el espíritu de la Ley; y
- Shammai, el saduceo, recordado por enseñar la letra de la Ley.
Los fariseos creían en la resurrección. Las almas de los bondadosos recibirían un nuevo cuerpo. No se trataba de una sucesión de cuerpos humanos mortales —tal como sucede en las diversas visiones de la reencarnación—, sino de un cuerpo para toda la eternidad.
Los saduceos no creían en la resurrección, negaban la inmortalidad del alma y la existencia de espíritus y ángeles.
También existían / existen otras escuelas rabínicas. Por ejemplo, consideremos la idea del ‘Gilgul‘, en la Kabbalah.
En hebreo,
- ‘Gilgul‘ significa ‘ciclo’ o ‘rueda‘, y
- ‘Neshamot‘ es la palabra plural para ‘alma‘” (neshamá).
Entonces, se refiere a que las almas recorren vidas o encarnaciones, unidas a diferentes cuerpos humanos a lo largo del tiempo.
Nada de todo eso tuvo que ver con Jesús.
En Betania
En los tiempos antiguos, algunas escuelas rabínicas creían que después de la muerte, el alma se mantenía encima del cuerpo durante 3 días, intentando regresar, lo que daba esperanza de que aún había posibilidad de vida.
Sin embargo, para el 4to. día ya no había tal esperanza porque el cuerpo comenzaba a descomponerse.
Por ese motivo, Jesús arribó a Betania al 4to. día de la muerte de Lázaro, para que no quedaran dudas: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Veamos el texto del apóstol Juan, testigo de aquellos acontecimientos, en la traducción bíblica ‘Dios Habla Hoy‘:
“Había un hombre enfermo que se llamaba Lázaro, natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María, que era hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos. Así pues, las dos hermanas mandaron a decir a Jesús:
—Señor, tu amigo querido está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
—Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del Hijo de Dios.
Aunque Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. Después dijo a sus discípulos:
–Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le dijeron:
—Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá?
Jesús les dijo:
—¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz que hay en este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Después añadió:
—Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo.
Los discípulos le dijeron:
—Señor, si se ha dormido, es señal de que va a sanar.
Pero lo que Jesús les decía es que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente:
—Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para ustedes, para que crean. Pero vamos a verlo.
Entonces Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos:
—Vamos también nosotros, para morir con él.
Al llegar, Jesús se encontró con que ya hacía cuatro días que Lázaro había sido sepultado. Betania se hallaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros; y muchos de los judíos habían ido a visitar a Marta y a María, para consolarlas por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirlo; pero María se quedó en la casa. Marta le dijo a Jesús:
—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas.
Jesús le contestó:
—Tu hermano volverá a vivir.
Marta le dijo:
—Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último.
Jesús le dijo entonces:
—Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?
Ella le dijo:
—Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Después de decir esto, Marta fue a llamar a su hermana María, y le dijo en secreto:
—El Maestro está aquí y te llama.
Tan pronto como lo oyó, María se levantó y fue a ver a Jesús. Jesús no había entrado todavía en el pueblo; estaba en el lugar donde Marta se había encontrado con él. Al ver que María se levantaba y salía rápidamente, los judíos que estaban con ella en la casa, consolándola, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar.
Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo:
—Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se conmovió profundamente y se estremeció, y les preguntó:
—¿Dónde lo sepultaron?
Le dijeron:
—Ven a verlo, Señor.
Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces:
—¡Miren cuánto lo quería!
Pero algunos de ellos decían:
—Éste, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriera?
Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó a la tumba. Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús dijo:
—Quiten la piedra.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
—Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió.
Jesús le contestó:
—¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?
Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo:
—Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por el bien de esta gente que está aquí, para que crean que tú me has enviado.
Después de decir esto, gritó:
—¡Lázaro, sal de ahí!
Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo. Jesús les dijo:
—Desátenlo y déjenlo ir.
Por esto creyeron en Jesús muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María y que vieron lo que él había hecho. Pero algunos fueron a ver a los fariseos, y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los fariseos y los jefes de los sacerdotes reunieron a la Junta Suprema, y dijeron:
—¿Qué haremos? Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos, todos van a creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y nuestra nación.
Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo:
—Ustedes no saben nada, ni se dan cuenta de que es mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que toda la nación sea destruida.
Pero Caifás no dijo esto por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús iba a morir por la nación judía; y no solamente por esta nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos. Así que desde aquel día las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús.
Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que salió de la región de Judea y se fue a un lugar cerca del desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus discípulos.
Faltaba poco para la fiesta de la Pascua de los judíos, y mucha gente de los pueblos se dirigía a Jerusalén a celebrar los ritos de purificación antes de la Pascua. Andaban buscando a Jesús, y se preguntaban unos a otros en el templo:
—¿Qué les parece? ¿Vendrá a la fiesta o no?
Los fariseos y los jefes de los sacerdotes habían dado orden de que, si alguien sabía dónde estaba Jesús, lo dijera, para poder arrestar.”
Conclusiones
- Las hermanas de Lázaro pidieron socorro a Jesús, quien se había marchado de Judea porque lo habían querido matar.
- Jesús decidió permanecer dos días más donde estaban. Luego decide regresar a Judea, pese al reclamo de los discípulos porque acababa de intentar matar a Jesús en Judea.
- Jesús les advirtió que Lázaro ya estaba muerto pero él iría “a despertarlo”.
- Lázaro era un personaje muy popular porque había muchos judíos en su sepelio.
- Tanto Marta como María estaban convencidas del poder de Jesús, y le reprocharon su ausencia porque, de lo contrario, Lázaro estaría vivo.
- Jesús de inmediato le anticipó que algo sucedería pero no imaginaban qué estaba dispuesto a hacer él por ellos.
Existía una idea de resurrección “en el día último”. Curiosamente, los acontecimientos finales serán los temas que años después desarrollará el apóstol Juan en la isla de Patmos cuando reciba la Revelación (Apocalipsis).
Jesús interpeló la fe de las hermanas, quienes lo reconocieron como “el Mesías, el Hijo de Dios”. La acción de Jesús es la recompensa a la fe. Siempre las sanaciones de Jesús requirieron la fe del beneficiario.
Jesús lloró, ¿por qué lloró Jesús? ¿Por Lázaro o fue la angustia de la desgracia de la muerte como norma general de un mundo que no es el que creó Dios? La muerte es un fenómeno que confronta con Dios. Por lo tanto, la restauración deberá incluir el final de la muerte.
La idea de la muerte limitada o la no muerte -implícita en la inmortalidad del alma- confronta con la idea de Dios restaurando su Creación y la destrucción de Satanás, el pecado y la muerte.
El conflicto milenario que brevemente se describe en el Libro de Job debería tener un final, y esa idea de redención y Redentor discrepa con el infierno, el purgatorio y el paraíso.
Los dirigentes judíos decidieron ignorar lo obvio. Si ni siquiera habían revisado la Genealogía de Jesús, menos se preguntarían el origen de su poder. Ni siquiera intentaban entender su misión. Por eso mencionan que si él prevalecía, intentaría sublevar al pueblo contra Roma que destruiría Judea.
Rebelarse contra el poder secular era algo que Jesús había rechazado explícitamente. La rebelión judía contra Roma que ocurriría años después fue alentada, en parte, por aquellos que decidían matar a Jesús con el argumento de que era una acción por el bien común, para que Roma no destruya Judea.
Inmortalidad y deformación
La expansión del cristianismo fue un riesgo, por la incorporación de otras culturas y creencias. Y la decisión de aceptar la alianza con el Estado politeísta a cambio de recibir los beneficios del poder político, legitimó una cantidad de deformaciones.
Para instalar aquello que convendría a la alianza con Roma pero no tenía fundamento bíblico, se introdujo la tradición -tal como hacían los fariseos con la ‘tradición oral‘- por encima del ‘Escrito está’. El paso siguiente fue limitar o impedir el acceso popular al texto bíblico.
En sucesivos concilios católicos apostólicos romanos (Lyon II, Florencia y Trento), apareció con carácter de dogma lo del alma viviendo más allá del cuerpo
- o a través de una purificación,
- o para ingresar en la bienaventuranza del cielo,
- o para una condena eterna.
El nacimiento de la Reforma tuvo que ver con esto.
Martín Lutero era un monje y teólogo católico que redactó y difundió sus 95 Tesis durante el Sacro Imperio Romano Germánico como una invitación a sus compañeros clérigos para debatir la cuestión de la venta de indulgencias.
Las indulgencias eran beneficios que se vendían bajo el supuesto de que garantizarían al alma propia o de un ser querido una estancia más corta en el purgatorio después de la muerte. Nunca fue algo bíblico.
Lutero se oponía a esa comercialización, así como a la supuesta autoridad del Papa sobre las almas del purgatorio y a la aparente codicia que había detrás de esta política de financiación de la infraestructura vaticana en construcción.
Al oponerse a la venta de indulgencias, Lutero desafió en 1517 la autoridad del Papa, quien respondió excomulgando a Lutero en 1521, tachándolo de hereje y declarándolo criminal en la Dieta de Worms.
Pero, para entonces, sus 95 Tesis y otras obras habían sido publicadas, ampliamente difundidas y traducidas del latín a la lengua vernácula. El debate fue progresivo e imparable.