Tiempos de moralidades impuestas y escasez de diálogo han llegado cuando se esperaba todo lo contrario de la era de las redes sociales, ya que mientras se suponía que acercaría a las personas, terminó facilitando la sectorización por ideología, gustos, intereses afines o cosmovisión. Sin embargo, ¿dónde quedó la tolerancia a las diferencias en una sociedad…
Tiempos de moralidades impuestas y escasez de diálogo han llegado cuando se esperaba todo lo contrario de la era de las redes sociales, ya que mientras se suponía que acercaría a las personas, terminó facilitando la sectorización por ideología, gustos, intereses afines o cosmovisión. Sin embargo, ¿dónde quedó la tolerancia a las diferencias en una sociedad cada vez más moralista, exigente, que opina y enjuicia sobre todo y todos?
Tiempos de moralidades impuestas y escasez de diálogo: la Antropología
Los tiempos que corren se asimilan a un escenario por el que pasean todo tipo de ismos: veganismo, proteccionistas de animales, defensores del medioambiente, terraplanistas, feminismos, antifeminismos y grupos antivacunas son algunos de los movimientos proliferantes.
No obstante ha llegado el punto en el que más de uno se habrá preguntado si aún es posible respetar, aceptar y festejar la lucha del otro sin el deseo imperioso de cambiarlo a la propia vereda.
Algunos pensadores clásicos discutirán que esta intolerancia a lo diferente es intrínseca al sistema cultural y económico Occidental, y en esta línea escribe el antropólogo francés Pierre Clastrés:
“Más allá de las matanzas y de las epidemias, más allá de este singular salvajismo que el Occidente transporta consigo, parecería existir, inmanente a nuestra civilización y constituyendo la triste mitad de sombra en la cual se alimenta su luz, la notable intolerancia de la civilización occidental ante las civilizaciones diferentes, su incapacidad para reconocer y aceptar al otro como tal, su negativa a dejar subsistir aquello que no es idéntico a ella”.
Por consiguiente, el sistema actual basado en la razón se ha establecido siempre, a través y gracias a, el uso de la violencia. De este modo, se encuentra en el mismísimo código genético de la cultura Occidental la intolerancia a lo diferente y la incapacidad de entablar diálogos bajo tales condiciones.
Más allá de los argumentos históricos, el siglo XXI también trajo consigo la búsqueda por imponer moralidades y ya no se trata de religiosos autoreferenciales, sino de una conducta que conquistó todo terreno: las personas se dedican a moralizar su contexto, a señalar, atacar, enjuiciar, dictaminar sentencias y ejecutarlas.
El diálogo en épocas de tribalismo: Guadalupe Nogués
La comprensión implica ponerse en la piel del otro e imaginar un mundo desde su perspectiva. Se trata de separar la idea de la persona, ya que no es una ideología, cosmovisión, creencia o pertenencia a un grupo el único descriptor de la identidad de una persona. Así planteada, aparenta ser una costumbre cada vez menos predilecta en la sociedad actual.
La doctora en Biología y autora de Pensar con otros, Guadalupe Nogués, ha incursionado en el arte del diálogo y afirma que:
“Necesitamos permitirnos estar en desacuerdo también como una manera de respetar a los demás –los tomamos en serio a ellos y a sus ideas– y de no dejar pasar cuestiones que nos parecen equivocadas. Si no, las ideas se protegen detrás de su identidad tribal y no podremos nunca separar las buenas de las malas”.
La autora denomina tribalismo a la tendencia a agruparse con personas afines que piensan o actúan de forma similar a la propia, de modo que se argumenta ante los “otros” la postura tomada reforzándola y fortaleciéndola. De esta forma, los círculos de conversación quedan restringidos porque la única opinión que se escucha es la que concuerda con la de uno.
Esta polarización generada entre “tribus” achica los universos y termina por identificar a los contrarios como equivocados, faltos de evidencias, responsables de los males que suceden o ignorantes.
Asimismo, el tribalismo favorece el establecimiento de prejuicios grupales, como por ejemplo “las feministas son exageradas”, “los veganos son antisociales” o “los terraplanistas son ignorantes”. A las personas allí involucradas se las identifica únicamente con las características que se le atribuyen al grupo en general.
Empero, Nogués recuerda que la anhelada objetividad por la que se cree que todas las personas tienen que estar viendo las cosas como uno mismo las ve, sigue siendo una ilusión.
El “otro” antropológico y el prójimo cristiano: La Biblia
Los antropólogos han dedicado las últimas décadas a estudiar aquello que se define desde la primera persona como alterno, como un “otro”, partiendo desde las diferencias culturales.
Sin embargo, rescatan que “lo que tienen en común observadores y observados, cultura familiar y cultura extranjera no se encuentra, pues en la base o encima de las culturas, sino en ellas mismas y en su interjuego”, en palabras del profesor Esteban Krotz. Es decir que el punto de contacto y encuentro es en donde se inicia el diálogo.
En esta línea también Guadalupe Nogués se enfila en la perspectiva al explicar que “la comprensión de que lo que nos pasa a nosotros les pasa a los demás puede ayudarnos a vencer la otredad que se basa en lo tribal. Entonces, además de mirarnos a nosotros mismos, podemos mirar a los demás con empatía”.
Con todo, los cristianos encuentran el mayor fundamento del respeto y tolerancia a los demás en la Biblia. Jesús, aunque sabía qué era lo mejor para quienes lo rodeaban, no utilizó la violencia para imponer una moralidad ni despreció a quienes pensaban diferente.
Estos principios están plasmados en múltiples versos a lo largo de las Escrituras. Algunos ejemplos son:
“Por eso, anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo”. (1Tesalonicenses 5:11)
“Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas”. (Romanos 2:1)
“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”. (Marcos 12:31)